¡Bienvenida seas fertilidad!.
Ése es el cartelón que elevo para recibir estos días nublados, ventosos y lluviosos. Me comporto como un anfitrión propio y gustoso de recibir visitas tan importantes como esa. En una zona tan calurosa en la que vivimos, días como hoy deben ser vistos como presentes inolvidables; vienen a asentar el frenesí y ritmo cardiaco de un sociedad que no se molesta ni ocupa de vivir así. ¿Y para qué? Si endorfinas se liberan en el mausoleo de tu periferia.
¿Por qué a disgusto con la lluvia? ¿Por permanecer gran tiempo encerrados en casa? Yo lo llamaría ventaja. No hay nada como estar bajo el techo de tu morada, tu hogar, disfrutando de un buen libro o escribiendo algo inspirador. Y si se tiene internet o alguna de las ventajas tecnológicas, escuchar música a oscuras mientras el viento te arrulla, es una experiencia relajadora y alentadora de pensamientos que se convierten en lineas para atesorar. Eso lo puedo asegurar y testimoniar con tantos trozos de papel resguardados entre libretas. Una ventaja virtual es leer una buena nota periodística o algún otro tema interesante y fuera de tragedias y anatemas, que desentumen el estupor.
¿Por los charcos e inundaciones en tu locación? Recuerdo que de niños eso era la atracción. Salir mientras la lluvia amenguaba o continuaba para brincar y salpicar; una diversión tan sana y vital como el liquido que nos empapaba; resbalones, resfriados y carcajadas era por lo que todos pasábamos. Madres preocupadas y nosotros de inocencia gozábamos. Hasta las horas en cama, si es que la calentura llegaba, eran agradables. O me han de negar que tener a tu madre al lado es algo imborrable.
Cada año que empieza si algo espero son días como estos, días por donde la ventana observo las gotas caer y el viento embravecer; días donde la lluvia moja mis pies cual ablución mahometana; días donde los arboles reverdecen y los frutos se desprenden para compartirlos con otros o disfrutarlos a nuestro antojo; días donde el silencio es obvio, un tesoro tan deslumbrante que cerramos los ojos para deshacernos de nuestros versos y emerger condenados a nuestros sueños.
¡Regresa pronto, dama de talante trepidante!.
Ése es el cartelón que elevo para recibir estos días nublados, ventosos y lluviosos. Me comporto como un anfitrión propio y gustoso de recibir visitas tan importantes como esa. En una zona tan calurosa en la que vivimos, días como hoy deben ser vistos como presentes inolvidables; vienen a asentar el frenesí y ritmo cardiaco de un sociedad que no se molesta ni ocupa de vivir así. ¿Y para qué? Si endorfinas se liberan en el mausoleo de tu periferia.
¿Por qué a disgusto con la lluvia? ¿Por permanecer gran tiempo encerrados en casa? Yo lo llamaría ventaja. No hay nada como estar bajo el techo de tu morada, tu hogar, disfrutando de un buen libro o escribiendo algo inspirador. Y si se tiene internet o alguna de las ventajas tecnológicas, escuchar música a oscuras mientras el viento te arrulla, es una experiencia relajadora y alentadora de pensamientos que se convierten en lineas para atesorar. Eso lo puedo asegurar y testimoniar con tantos trozos de papel resguardados entre libretas. Una ventaja virtual es leer una buena nota periodística o algún otro tema interesante y fuera de tragedias y anatemas, que desentumen el estupor.
¿Por los charcos e inundaciones en tu locación? Recuerdo que de niños eso era la atracción. Salir mientras la lluvia amenguaba o continuaba para brincar y salpicar; una diversión tan sana y vital como el liquido que nos empapaba; resbalones, resfriados y carcajadas era por lo que todos pasábamos. Madres preocupadas y nosotros de inocencia gozábamos. Hasta las horas en cama, si es que la calentura llegaba, eran agradables. O me han de negar que tener a tu madre al lado es algo imborrable.
Cada año que empieza si algo espero son días como estos, días por donde la ventana observo las gotas caer y el viento embravecer; días donde la lluvia moja mis pies cual ablución mahometana; días donde los arboles reverdecen y los frutos se desprenden para compartirlos con otros o disfrutarlos a nuestro antojo; días donde el silencio es obvio, un tesoro tan deslumbrante que cerramos los ojos para deshacernos de nuestros versos y emerger condenados a nuestros sueños.
¡Regresa pronto, dama de talante trepidante!.
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