"This is not the sound of a new man or a crispy realization. It's the sound of the unlocking and the lift away. Your love will be safe with me."

sábado, 30 de mayo de 2015

El Discurso

Me gustaría empezar el siguiente texto con una anécdota personal: un día, a las afueras de la casa de una amiga, su tía me preguntó que si no me arrepentía de haber dejado la preparatoria en su momento con el argumento de que ya hubiera acabado la universidad, ya me hubiera graduado y ya estuviera trabajando de lo que hubiese estudiado. Mi respuesta, tan certera como la pude dar fue: "no, no me arrepiento. Sino no hubiera conocido a su sobrina". Y hoy, a unos cuantos años de dicho pasaje en mi vida, tal respuesta toma mayor relieve.

Hoy estoy aquí, con ustedes. Y para llegar a ustedes tuve que pasar por todos esos vaivenes, por los momentos de deserción, por los momentos de soledad, por los momentos de inspiración, por los momentos de total confusión, por los momentos de felicidad e infelicidad; tuve que pasar por lo que tuve que pasar para que, como diría Sartre, todo me condujera a este preciso momento. Uno no pasa en vano, lo que pasa en vano no trasciende; y nosotros, no somos hijos de lo intrascendente.

Creo, con todo mi corazón, que estamos aquí por algo, que una finalidad tenemos, que no llegamos llorando por el trauma del nacimiento, que no crecemos con la mera finalidad de llegar a viejos para lamentarnos de tanto que hemos sembrado y de tan poco que hemos cosechado; quiero creer que la vida es más que el simple hecho de existir. Así que, a todos ustedes, los invito a continuar, a no desistir, a combatir, a nunca dejar sus sueños en la acera, a nunca admitir un no puedo, a siempre ir hacía adelante, a no bajar los brazos; recuerden, como diría Tony Montana, que el mundo les pertenece.

Amigos, compañeros, colegas, la verdadera acción empieza una vez terminada la universidad, allá, en el mundo real; aquel que requiere apliques todos tus conocimientos, que no te dará segundas vueltas, ni cursos de verano, ni exámenes extraordinarios, ni puntos extras por haber participado, mucho menos pasarás de panzazo, sino todo lo contrario: será despiadado, cruento, desgastante, demandante, injusto, un lugar donde la esperanza y la fe parecieran no existir. Pero no se me achicopalen, no se me desilusionen, que por más que la lluvia arrecie y el cielo se caiga, que la voluntad jamás se ahogue.

martes, 26 de mayo de 2015

¿A quién le importa?

¿Qué pasa en México? En Veracruz, secuestran menores de edad para violarlas y/o asesinarlas; en Guerrero, secuestran normalistas para acallar la voz del pueblo; en Michoacán como en el Estado de México, se presentan ejecuciones con todo el derecho y luz verde por parte del gobierno; en Chihuahua, menores de edad secuestran y matan a otro menor de edad; en Guadalajara y otras zonas de la república, un Cartel, llamado Jalisco Nueva Generación, toma posesión derrumbando helicópteros y propagando el miedo entre los ciudadanos (por cierto, no es dato menor, que este cartel haya sido catalogado como uno de los más poderosos en la historia del país).

Todas estas noticias son alarmantes. Encienden los focos rojos en un país que hace mucho empezó una guerra contra el narcotráfico en la cual continua sumergido con un saldo totalmente desfavorable. Miles de muertos son la sombra de este país. Son la evidencia de que las cosas se han hecho mal. De que hemos elegido el camino incorrecto.

La pregunta de un inicio es la que se haría cualquier persona preocupada por su entorno, por el modo en que giran las piezas, por la manera en que la violencia se desborda y parece interminable, un vía crusis que pinta para largo. ¿Por qué tanta violencia? Bueno, uno cosecha lo que siembra. Y si se siembra muerte, terror, dolor, seguramente se obtendrá lo mismo. Todo esto, me hizo recordar una materia que no llevé en mi carrera de psicología pero que siempre llamó poderosamente mi atención: Terapia Familiar. De lo que trata esta terapia, es ver cómo funciona un todo en relación con cada una de sus partes particulares. En pocas palabras: le interesa ver cómo un eslabón de esa cadena, que es la familia, repercute de igual manera sobre los demás.

Dentro de esta terapia, hay una enfoque llamado sistémico que, como su nombre lo dice, ve al todo y no sus partes (algo así como el motor de un automóvil o el CPU de una computadora). De aquí es donde me voy a agarrar para hacer el siguiente ejercicio que involucra, claro está, la situación actual del país.

Esta familia llamada México está conforma por tres miembros: Mamá, Papá e Hijo. El primero, vendría siendo nuestro gobierno; el segundo, los narcotraficantes y, el tercero, la ciudadanía, la sociedad civil. Mamá y Papá tienen problemas. Pelean todo el tiempo. Discuten constantemente tanto que llegan a los golpes. Se han llegado a herir gravemente tras semejantes disputas. Mientras tanto, el hijo, ya no tan pequeño, por cierto, pero aún lo suficientemente inmaduro, va contagiándose de esa dinámica enfermiza, va presentando síntomas que anteriormente no había presentado, se convierte, pues, en el chivo expiatorio. Se convierte en algo parecido a un cesto de basura: en donde recae toda la porquería de los otros dos miembros. Así, ese personaje, se vuelve víctima de una guerra que no le pertenece.

¿Qué síntomas presenta este hijo de la guerra? El más importante, para mi, es el incremento en la violencia. Cuando se vive en un ambiente tan violento es obvio que dicha violencia permee en la persona y, una vez en esta, se vaya esparciendo a otras; en un efecto similar al de un virus. De repente, ya no tenemos un evento aislado de violencia entre Papá y Mamá si no que incluso suele ser entre Papá-Hijo o Mamá-Hijo o Hijo-y-otros-miembros-ajenos-a-su-entorno (por ejemplo, la escuela o el parque). El problema, de pasar a ser del tamaño de un chícharo se ha vuelto de dimensiones mayúsculas.

Y así, es como vemos que cada vez el daño aumenta y no necesariamente resultado de esa confrontación entre Estado y Narcotráfico (que, por cierto, también suelen formar alianzas entre ellos para perjudicar al chamaco; no siempre se la pasan agarrados del chongo). Cada vez más nos matamos entre nosotros mismos. Cada vez más nos violentamos los unos a los otros. Cada vez más nos perjudicamos. Cada vez más este espiral de violencia se vuelve una normalidad y he ahí el verdadero peligro. Cuando algo se vuelve cotidiano y habitual, algo del día a día, nos desensibilizamos, nos volvemos, ya sea, indiferentes al entorno o nos contagiamos de él.

En México, la violencia es tan común que hasta se canta. ¡Fierro, pariente!

lunes, 25 de mayo de 2015

¿A quién le importa?

Violencia, violencia, violencia, el mundo se mueve en violencia, diría cierto rapero mexicano popularizado en las redes sociales. Y es que, de cierta forma, ese es el compás que sigue el mundo en la actualidad: el de la destrucción. En Estados Unidos, por ejemplo, se viven tiempos difíciles en cuanto a los crímenes raciales, asesinatos de personas de raza negra (Tamir Rice, Michael Brown, Eric Garner, entre varios más) a mano de policías en una muestra flagrante de abuso de autoridad y de poder. Algo parecido sucede en México (como en Tanhuato o Ayotzinapa).

Recientemente, leía una nota donde en Guatemala —país centroamericano tristemente conocido por sus maras—, se linchó y quemó viva a una adolescente presuntamente culpable de haber asesinado a un taxista que se negó a pagar una cuota para poder seguir trabajando. No hay evidencia sobre si la adolescente fue realmente la asesina pero sí un grupo de gente lista para hacer justicia por su propia mano. Hasta la madre por tanta violencia, hartos de vivir entre muertos, invadidos por la angustia de si ellos serán los siguientes, este grupo se dejo contagiar por ese entorno caótico y disruptivo y por un momento se volvieron el enemigo.

Dos preguntas que pretendo contestarme a continuación son las siguientes: ¿qué beneficio, para ese grupo de personas y para la sociedad en general, genera el linchamiento y muerte de la adolescente? y ¿hasta qué punto el ciudadano tiene el poder para cometer semejantes barbaries? Y, como este es el reino del revés —saludos a Chabelo—, empezaré por contestar la segunda pregunta.

Yo no digo que esté mal que la gente quiera tomar un poco de protagonismo en un escenario que requiere de su participación. Me parece bien. El que se involucre la gente en su medio me parece lo adecuado. Eso demuestra que la gente también tiene responsabilidad —mucha o a la par de la que el gobierno tiene— sobre los hilos conductores del país. El problema es cuando van más allá del papel que les corresponde en la escena tomando roles de otros actores (por más inoperantes que éstos sean).

Uno puede estar muy harto de la impunidad, corrupción y demás malestares actuales, pero no puede uno impartir justicia por su propio puño. En Guatemala, al parecer, el pueblo tomó el poder. O más bien: el pueblo no sabe lo que es el poder. Sabe cómo se siente la injusticia, el dolor pero eso no es motivo suficiente para tomarlo; mucho menos manejarlo. Para hacer uso correcto del poder, al igual que de las emociones, hace falta mucha estabilidad. Y toda esa violencia demuestra lo contrario.

El ciudadano tiene el poder para influir en un país de miles de maneras diferentes que las elegidas por ese grupo de personas en particular. El votar es poder, el tirar la basura en su lugar es poder, escribir es poder, pagar impuestos es poder, elegir entre qué tienda comprar es poder —¿OXXO o miscelánea?—, elegir entre qué canal ver o no ver la TV es poder, elegir entre hacer fila o llamar a la amiga para que te pase directo es poder, elegir el tipo de lectura a leer es poder y así, el poder se manifiesta día con día de maneras distintas pero todas con la finalidad de mejorar o empeorar —dependerá del uso que se le de— en primera instancia, el presente personal, y de manera secundaria, pero no por ello menos importante, el presente de un país o una comunidad. Aquí se conjuga la unión de los eslabones.

Por ende, mi respuesta es, que el poder que el ciudadano tiene entre sus manos es alto pero, lamentablemente, solemos aplicarlo de la manera incorrecta, solemos descodificar erróneamente el mensaje de poder, solemos darle la matiz que nos convenga acorde a las circunstancias que se presentan con manifestaciones inadecuadas que no generan beneficio alguno para nosotros ni quienes nos rodean sino, al contrario, perjudican aún más un inestable y golpeado presente. Raro cómo en México buscamos la violencia para resolver las cosas pero más raro aún cómo lloramos y lamentamos su fuerza devastadora.

Esto me lleva a la primera cuestión, la cual contesto sin titubear: no genera ningún beneficio. ¿El que hayan matado a esta adolescente, por ejemplo, hará que los asesinatos se reduzcan y la paz descienda sobre suelo guatemalteco? No lo creo. Más bien, generará todo lo contrario: que la violencia incremente. La violencia es como esa bola de nieve en caída libre —presentada con frecuencia en las caricaturas— que a cada centímetro se vuelve cada vez más grande, imparable y arrasadora.

Actos como el dado en Guatemala —o en cualquier lugar a lo largo y ancho del mundo donde impere el descontrol e incertidumbre— solo alimentan la violencia, aumentan sus dimensiones, aumenta su apetito, confirman su hegemonía; como aquel monstruo de la película "Evolution" que acaban destruyendo, cómicamente, con Head & Shoulders. Y aquí bien hace falta un baño pero para deshacernos de esos hábitos y costumbres que nos empeñamos en continuar cosechando.

En Guatemala no se hizo justicia. Se confirmó la ausencia de ella.

domingo, 10 de mayo de 2015

¿A quién le importa?

El fútbol es un tema interminable. Es de esos tópicos de los que se pueden hablar por horas, días, años, décadas, y siempre dará tela de dónde cortar, algo de donde agarrarse para debatir y compartir. En esta ocasión, bajo el marco del próximo inicio de la liguilla así como la venidera final de Champions League, me tomo el tiempo de escribir lo siguiente. No sin antes advertir que lo que están por leer es mi opinión personal acerca de un universo, como el futbolístico, con tantísimas galaxias.

El punto de partida de este texto es el del fútbol mexicano y el interminable debate sobre si hace bien o perjudica el jugar bajo el formato de torneo corto actual. Para quien no sepa: se juegan 17 jornadas y califican los 8 primeros a una fase de liguilla, donde saldrá el ganador del título. Mi problema, no es que se jueguen torneos cortos, mucho menos liguilla; mi problema es que el formato latente no beneficia mucho a los intereses del fútbol y sí a los económicos de unos pocos.

No quiero hacer ver que la formula al éxito es tener torneos largos, no. El modelo que se maneja en Europa es justo más no garantiza que se tendrán buenos resultados, por ejemplo, en selecciones nacionales o competiciones externas. Los torneos cortos pueden mantenerse, con todo y el formato de liguilla, pero, por qué no, reducir los boletos de 8 a 4; aumentar la exigencia y disminuir la conformidad. Una alternativa que bien podría hacer que los equipos se esfuercen más a lo largo de 17 jornadas.

Un ejemplo de lo irregular que es nuestro torneo, donde importa más el cierre que todo un proceso, es el ejemplo que se dio en el Clausura 2015 con dos equipos en particular: Tijuana y Tigres. El equipo de dicha ciudad fronteriza, paso más tiempo del torneo dentro de puestos de calificación; no así el equipo regio, quien tuvo, para su beneficio, un cierre bastante bueno. Los números son contundentes: de los últimos 7 juegos de Tijuana, el saldo fue: 0-1-6. De los últimos 7 juegos de Tigres el saldo fue: 4-2-1 (G-E-P). Lo cual le dio a este último el primer lugar general así como una seria aspiración por el título. ¿Justo? ¿Injusto? No lo sé. Lo que sí sé es que una vez la irregularidad se hace presente; en ambos casos por igual. Mi pregunta a la Liga MX sigue siendo: ¿qué vale más: llegar enrachado a la fase final o tener, ahora si que, un torneo regular?

Está claro que para tener una buena liga, una liga donde reine la competencia, se necesita tanto que se produzcan jugadores nacionales, como tener jugadores extranjeros rentables. El que desaparezca la liguilla o que gane el título el primer lugar general, no dará al fútbol mexicano mayor trascendencia o poder en el orbe futbolístico. Entonces, ¿qué se necesita? Para eso, citaré el ejemplo de dos ligas, las dos más populares, me atreveré a decir: La Premier League y La Liga BBVA (de Inglaterra y España, respectivamente).

¿Por qué él fútbol español es exitoso y el fútbol británico no lo es? ¿Por qué, si los británicos cuentan con una las ligas más competitivas de Europa (se dan un tiro con la alemana) al tiempo que son una de las ligas más prosperas económicamente hablando? Por dos factores: la producción nacional y el reforzamiento foráneo. Fuerzas que van en direcciones contrarias pero que convergen en un mismo punto: el mejor un producto. El fútbol español ha cosechado lo que ha sembrado porque no únicamente cuenta con jugadores representativos en su liga como Ronaldo y Messi, sino que también han sabido producir jugadores de excelente nivel como Xavi e Iniesta. En cambio, el fútbol británico podrá tener popularidad gracias a clubes como el United, Arsenal o Chelsea pero no cuentan ni con jugadores de élite mucho menos con la producción de jugadores nacidos en Inglaterra.

Como bien leía en una nota publicada en The Daily Mail Sport, mientras que el fútbol español produce, exporta e importa, el fútbol británico se ha quedado estancado en únicamente importar; de ahí que se busque implementar una nueva regla en la cual se disminuya el número de extranjeros y se fomente no solo la producción sino inclusión de los jugadores locales (¿les suena familiar?). Esto, si se aplica de manera correcta, traerá excelentes resultados a la liga inglesa. Pero, también se busca, importar jugadores de tallas extras. Jugadores de peso que permitan de igual manera llegar a los equipos ingleses a instancias mayores en competiciones como la Champions League (donde por cierto, quedaron eliminados desde octavos).

Ahora bien, ¿qué tan bien lo estamos haciendo en México? Yo diría que de regular a mal. El fútbol mexicano, económicamente hablando, no tiene inconveniente. Hay plata. Pero, en lo que se falla es en la producción de jugadores y su debido proceso formativo así como en la compra de jugadores extranjeros. Se habrán implementado reglas de menores, se habrá sido campeón en selecciones menores, pero aún se sigue fallando en ese último paso: el de llevar al futbolista mexicano a un nivel profesional, el de consagrarlo, el de convertirlo en una realidad (Chicharito y Tecatito las únicas excepciones; Vela y Dos Santos no cuentan, ellos consolidaron y fundaron su carrera en Europa). Al mismo tiempo parece existir un déficit en la producción de jugadores mexicanos en posiciones fundamentales como el medio campo o la delantera. Algunos jugadores han llegado, es cierto, pero así como llegan se pierden y no se vuelve a saber más de ellos. De aquellos jugadores campeones en Perú, me sobran dedos de una mano para señalar a quienes han triunfado y consagrado.

En lo que respecta a la compra de jugadores, se suele invertir mucho en jugadores que vienen únicamente de paseo. Últimamente se ha invertido en traer a un jugador como Ronaldinho, tratando de imitar el modelo americano de jugador franquicia, pero son simples garbanzos de a libra. Porque, la realidad dice, que son más los extranjeros poco rentables (incluso el mismo Ronaldinho poco a ofrecido, pinceladas por ahí) que los que realmente marcan diferencia. Y es la combinación de jugadores nacionales con buenos extranjeros los que arrojan los mejores resultados (para muestra, el América de los ochentas o aquel Cruz Azul que llegó a la final de la Copa Libertadores).

A manera de epilogo, me gustaría hacer la siguiente pregunta: ¿quién será el próximo España de la zona de CONCACAF: México o Estados Unidos? Si nos basamos en lo anterior expuesto, todo parece indicar que nuestros vecinos del norte. Ellos, a diferencia de nosotros, se mueven a pasos agigantados en el fútbol; deporte que no es siquiera el número uno por elección. Pero bien sabemos que, en eso de poner "manos a la obra", como los americanos no hay dos. Veremos qué dicta el tiempo.

¿A quién le importa?

La nostalgia se incrementa al tiempo que los días se reducen y mi último semestre está por acabar. Un proceso de 4 años que más allá de haber encontrado sus inconvenientes en la recta final, deja un mayor número de buenos momentos dignos de recordar. Pero, no estoy aquí para hablar de las memorias que dejan los momentos con mis compañeros —y futuros colegas— sino más bien de la experiencia en general que me ha dejado el haber estudiado la carrera de psicología.

No empezaré este texto con el cliché: "he estudiado la mejor carrera del mundo". Eso es muy subjetivo. Involucra sentimientos, deseos y demás cosas que varían de una persona a otra. Yo me limitaré a decir que he estudiado la carrera más divertida del mundo —similar a armar un Lego o jugar Jenga o ver Jumanji—. Una carrera que en un principio me visualizo en frente de un diván mientras las persona hablaba y hablaba de lo que le aqueja mientras yo, como buen cazador del Amazonas, trataba de pescar cuál era la causa de su problema. Toda una historia digna de Indiana Jones librando toda clase de vicisitudes. Pero, al ir pasando el tiempo, y ver que el abanico de la psicología abarca otros escenarios, me fui acomodando en el lugar más adecuado para mi.

Existe desde el psicólogo de consultorio, el coloquial, el que la mayoría quiere ser, el que ha sido representado en series de televisión, el que hizo popular Sigmund Freud, ese que se limita, en apariencia, solo a escuchar y que da seguimiento y acomodo a las palabras. Existe, de igual forma, el psicólogo de campo, ese cuyo hábitat es el exterior, los escenarios al aire libre, los escenarios de alto smog y contaminación, los que se mueven entre un mar de gente, los que observan las relaciones del uno con el otro, aquellos a los que una silla se asemeja más a un grillete, agentes del exterior. Y por último, están los psicólogos de laboratorio, esos que hacen suya la ciencia, que gustan de aplicar y comprobar, que recrean escenarios, que dan a lo intangible un número, que no se limitan a decir "esto es así" solo porque la gente lo dice, aquellos que creen que el mundo sería mejor si hubiera más Sagan y menos Maussan.

El psicólogo es un animal raro en un escenario aún más raro. Las exigencias hoy en día no son las mismas que años atrás. La sociedad ha cambiado. Sus modos, sus costumbres han cambiado. Ante esto, el psicólogo debe enrarecerse a sí mismo —pero sin perder en las sombras— para hacer frente a un presente cada vez más extraño, más tormentoso, más peligroso, más traumático, un escenario que pierde de a poco su fe, su esperanza. La labor del psicólogo, bajo este grisáceo panorama, no es la que funge un superhéroe: arribar y salvar a la humanidad. No es así. El psicólogo, más bien, es como Splinter de las Tortugas Ninja o Yoda de Star Wars: un personaje que no combate las batallas, sino que las ayuda a ganar.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Fútbol y mecanismos de vida

Minuto 1: Vayámonos entendiendo

Déjenme hacer una comparación del fútbol y la vida a manera de ejercicio personal. Pero advierto: ni Menotti ni Valdano esperen encontrar.

¿Cuándo sabe uno que ha perdido? Cuando deja de hacer cosas, no cuando el marcador está en tu contra. A veces, consecuencia una de otra.

¿Cuándo sabe uno que hay que atacar? ¿Cuándo va perdiendo? ¿Cuándo el partido está por acabar? Para atacar no hay tiempo, hay momentos.

Unos dicen que "hay que comerse la vida", que "hay que ir con todo sobre ella". Yo convoco a la paciencia. Las victorias se trabajan.

Unos dicen: "hay que dejarlo todo en la cancha". Físicamente, sí; no emocionalmente. Hay emociones que no hay que dejar, por más que cueste.

Ser ofensivo o defensivo... vaya encrucijada existencial. Mi filosofía es que cada partido exige algo distinto; su transcurso ofrece escenarios distintos.

El fútbol y la vida comparten algo darwiniano: la adaptación. Si uno no se acopla a lo que se exige, por lo general acaba pereciendo.