¿Y que si te digo que la esperanza no está muerta? ¿Que si te digo que por más que te ocultes en la remota intrascendencia de tu caverna, donde ves la vida de otros pasar más no avanzas, un ápice de esperanza aún aguarda? ¿Que si te digo que la esperanza la encontré en personas a las que antes uncía y condenaba? ¿Que si te digo que la gente oculta lo mejor de sí por temor a deslumbrar?.
Si echamos el tiempo atrás, rebobinando todo el material que resguardo con seguridad en mi cabeza, me verán frío y vacío, un personaje periférico e inhabitable de carácter rehuso, anegado a creer en lo afectivo; en la posibilidad de ser amado. En ese tiempo la cosecha era pobre, pero no me afectaba, no me mortificaba. -¿Procurar una amistad? ¡Na'!- Decía con tanta seguridad que la sentencia era irrefutable; nunca esperé ni llegue a pensar que mi camino cambiaría, se iluminaría como los faroles se encienden inmediatamente la noche cae.
Fue la amistad con una persona, hoy fragmentada más no rezagada, lo que empezó esta historia hoy delineada y coloreada. La semilla retoñaba con el tiempo, con la paciencia quirúrgica del que sabe la responsabilidad en sus manos, tenía la posibilidad de orear mi persona entumecida por la inmovilidad. Entonces, ascendía aquella montaña, ellos me acompañaban, un hecho demasiado alentador para alguien como yo. Pasábamos momentos juntos, unidos, una amistad establecida a la que me incorporaba positivamente; comíamos, reíamos, bebíamos y luchábamos juntos como si fuéramos amigos desde hace tiempo. Honestamente, su entusiasmo juvenil, ese cartucho que sólo una vez poseemos y nunca más vemos, fue lo que me contagió, me cortejo, me atrajo; fue como recuperar aquella adolescencia obstruida por mí.
Por eso, siempre estaré agradecido, pase lo que pase, con estas personas quienes están a mi lado, quienes me orientaron nuevamente por un camino ya redimido; personas humanas que me han demostrado que nunca es tarde para alzar la mirada. A ustedes, les debo mi transformación.
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