Hace días recibí, por medio de mi madre, la muy buena nueva del nacimiento del hijo de mi prima oriunda de Tabasco. El sueño de un alto porcentaje de mujeres y privilegio de todas se volvió realidad: dar vida. La historia entre ambas progenitoras no es de sangre, más sí de un cariño indomable y supremo como pocas veces se puede fomentar. En los días siguientes me puse a reflexionar al respecto, viendo como mis tíos conviven en conjunto mostrando ese afecto de antaño hoy, enseñándonos una vez más como es que las relaciones (no importa cuál sea), deben mantenerse en pie.
Aquellos distantes ochentas dieron a ellos el escenario correcto en su evolución como familia y más. Podían correr en las calles sin temor de ser secuestrados o asesinados; podían organizar fiestas en la acera hasta altas horas de la noche sin necesidad de guardarse por el tormento de otros; las noches eran largas, las bromas eran picaras, las canciones eran corteses; hoy las noches son fantasmas, las bromas son maliciosas y las canciones vulgares e irrespetuosas; podían interactuar más tiempo juntos sin el requerimiento de la tecnología; eran una expedición escalando lo construido. Tiempos humanistas no terroristas. La gente mayor y el respeto a sus palabras y presencia, eran la forja que hacía de aquella armadura infranqueable y determinante para que la unión fuese superior; era la más hermosas de las oligarquías.
Actualmente, la relación entre sus hijos y primos, es sesgada y vacía, con poco que mencionar y mucho que callar. Unas se deben a las aptitudes violentas inducidas por la droga o el alcohol, o por arrebatos y sobresaltos que llevan a una sustracción, socavando las alegrías donde antes había; también el poco acercamiento, renuentes a cruzar palabras prefieren bajar la mirada y esperar o no hablar más. El mutismo acompaña cada bostezo, cada movimiento, siendo el lenguaje del retroceso. ¿Qué pasará el día que nuestro hijos lleguen y sus tíos se ausenten porque el pasado sigue ascendente? ¿Qué le diremos a nuestro hijos, cómo explicaremos que la estela no desaparece por más que sigan los años? ¿Cómo viviremos anclados y esposados? Y que con nuestros padres, ultrajados por propios y resignados a que el incendio no nos haya incinerado... ¿Qué sera de esta historia hoy bajo el resentimiento antediluviano?.
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