"This is not the sound of a new man or a crispy realization. It's the sound of the unlocking and the lift away. Your love will be safe with me."

sábado, 30 de marzo de 2013

Despacio. Que el tiempo es nada ingrato.


 Ahora resulta que las palabras vagan sin rumbo, que las miradas carecen de lucro, que la catarsis es instrumento en desuso, que las lágrimas son caudales sin triunfo, que el enojo es descortés y bruto, que toda ansiedad es huésped intruso, que todo deseo es burdo impulso, que el amor es un embrujo obtuso, que la verdad es un furcio discurso. Y si cerráramos lo ojos, ¿seguiríamos atascados en el mismo lodo? ¿Seguiríamos pensando del mismo modo?

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Tempestad, inevitable turbulencia destinada a fomentar.
Mientras encuentro respuestas, surgen preguntas por contestar.
¿Acaso estoy yendo por el lado equivocado?
¿Acaso he olvidado qué se siente ser amado?

Meciéndome en esta silla jamás aprenderé las maravillas
de besar tus mejillas, de rodearte por los hombros mientras
deseamos no ser sólo parte de un recuerdo; mientras
deseo que este brio sea eterno.

¿Cerrando los parpados la nitidez es superior o
es que no hay valor sin temor?
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"¿Qué escribo?" Me preguntaba un joven mezquino
al tiempo que el ritmo de mis latidos incrementaba
enervadamente.

"Escribo sobre funerales de cuerpo presentes. Escribo
dando vida y muerte." Fue una respuesta elocuente
ante una pregunta más bien intrusa.

"¿Acaso eres de los que escriben sin motivo aparente,
creyente de o creces que de las palabras crecen?" Y con
su pregunta los tiempos de la inquisición desfilaron
por mi mente.

"Sí, creo que la mejor inversión de un hombre se da
en sus letras. En cómo transforma sus más perversas
facetas en oraciones de estupendo altruismo; porque
toda finalidad, si es denominada como tal, es desaparecer
toda estrella fugaz."

De repente, como marcando la apertura del siguiente acto,
la expresión de aquel joven se volvió fatal cual estocada
destinada a cesar todo signo vital.

Se llevó las manos al bolsillo y de él sacó un sobre en
cuyo encabezado se leía: "Para ti, dichosa algarabía
de este corazón arisco". Y un entumecimiento me dejó
perplejo por un momento.

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Hace mucho aprendí que uno no es ni un decil de lo que se jacta de transmitir. Más bien, somos una ecuasión mal hecha, una definición incorrecta en el glosario, un bufón entre conflictos jamás resueltos, un masón detrás de su puerta pero con una ventana abierta; sí, somos una apología de la hipocresía movidos por la promesa del reencuentro.

¿Quién, hombre o mujer, puede explicarme la legitimidad de su existencia sin encontrarse crucificado o compungido por la opulencia de su indulgencia? Sí, la ruta es la misma para el creyente y el indecente pero ambos son descendientes de un mundo indiferente donde no todo paisaje es digno de mural ni toda amabilidad digna de alabar; por ende, la incongruencia es el predicado a erradicar.

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Amor. Hasta hace poco éste sentimiento era algo inapreciable para su servidor. Era una promesa de la que todos hablan, se emocionan y forman escenarios en su cabeza para al final acabar desilusionados viendo como se esfuma ese proyecto frustrado. Quizá mi argumento era una total negación al decir que es difícil tomar al toro por los cuernos y más cuando éste lleva por nombre fracaso. Quizá era el desconocimiento de no haber interactuado con dicho sentimiento, de conocer sólo su teoría y jamás la practica.

Después leí sus virtudes y vi sus efectos y aprendí que el defecto está en quien se monta en él como última posibilidad de civilizar, de escapar de un mundo de hostilidad que no acepta ni sabe andar en soledad. Porque la soledad se ve con rareza, se ve con ojos inquisitivos, se evita porque la ignorancia es una dicha que permite justificar la brutalidad de la irracionalidad.  El precio a pagar por andar fuera del enjambre, no es la hoguera ni la horca, es algo aún más penetrante y mortal: la indiferencia del de adelante y del de atrás.

Una vez armado con más conocimiento sobre el sentimiento pude comprender que el amor no es asunto de siameses, mucho menos un producto de uso y desecho como los que abundan entre expendedores y mostradores; es algo más complicado que no hallar un regalo para el aniversario. El amor es como el agua que entre las manos permea pues su flujo es activo, es una fuerza superior que no conoce de obstáculos. Así, este sentimiento vestido de rojo y con forma de corazón (víctima de la mercadotecnia) se asemeja más a un eclipse que en su contraste reside la fuerza de su unión.

Sé que lo anterior podrá no causar la estimulación que sí causa la propaganda esparcida en nuestro alrededor pero tenga por seguro algo: tarde o temprano sentirán la necesidad de experimentarlo en su forma más satisfactoria, de compartirlo sin dar uso de la moratoria, de sentir la plenitud del altruismo: que consiste en compartir una parte de ti sin escindirse.

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¿Quién es Rafael? ¿Un imagen en mi cartera?
¿Un artista del que todos plagian su inspiración?
¿Una mutación que vive en el alcantarillado?
No lo sé pero me han hablado mucho de él.

Dicen que vive a espaldas de una silueta de sirena
que le ha dejado sin palabras, que sufre de neurosis
en un escenario inestable como la menopausia, que
sufre de rencores y dolores tan antaños como su
infancia, que busca ser ejemplo pero se haya en la
discrepancia.

Y a todo esto, ¿alguna vez han deseado algo tan
intenso que los agota por completo? Pues bien,
ese es el calvario de este ser disperso. Devastado
por dentro pero con la esperanza del momento
correcto. Sí, porque para él el ahora es sólo
tiempo de aplazamiento. Peregrino ser incompleto.

¿Sera que estamos ante un ser pervertido por lo
corriente, un rehén de batallones inconscientes
o solamente alguien imprudente danzando en
brasas de fuego incandescente? Quizá la respuesta
yace al exterior de esos barrotes, fuera de ese
monigote. Por ahora, su futuro pende en compartir,
no resistir.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Historias del más allá...

Me advirtieron del poder adictivo de la fantasía pero ni hice caso y seguí su espejismo fatal, no hace falta mencionar que actué por osadía aunque mi destino resultará un funeral. ¿Acaso debí esperar a que lo días me arrullaran y callarán mi llanto ecoico? Porque si la realidad es como se muestra en la actualidad más vale seguir andando y no voltear hacía atrás sin importar el desenlace final.

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Ya no te busco como te busqué. Ya no te necesito como el día de ayer. Ya no te pienso con terquedad y decibel. Más sin embargo tu nombre sigue inscrito. Más sin querer escribo y no te cito; tu nombre sigue aquí alentando mis instintos.

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¿Acaso no es el tiempo villano del cuento? ¿Acaso no es el tiempo pretexto correcto? ¿Acaso no es el tiempo amuleto al éxito? Porque aunque odiemos esperar y gocemos soñar que lo mejor está por llegar siempre habrá un lugar donde poder sentar, un sitio donde poder apreciar la perversidad de volar y permanecer en el mismo lugar.

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En el umbral de su cuarto y con libro en mano, un hombre danzó esposado de cada párrafo del que gozaban sus retinas. De repente, se percato de que entre las cortinas una luz irrumpía; no era el sol, pues detrás de las nubes se escondía, mucho menos la luna, que dormida yacía todavía.

Se notaba pensativo, rígido y con el ceño fruncido. Se sentía atraído por la curiosidad aunque también paralizado por aquella conocida sensación de incomodidad que aparece justo ante cualquier estímulo fuera del rigor habitual. Era difícil una decisión. Era difícil ser un hombre que había renunciado a toda tentativa de sentirse vivo.

La luz seguía ahí, retándole a acercarse y dejar una parte de sí. Intento sonreír, seguro de haber encontrado el mensaje, pero su rostro permaneció adusto y agreste. La luz no desapareció y él por fin decidió encontrarse con su suerte.

Lo que vio al otro lado lo dejó impávido: era una mujer. Su brazo oscilaba invitándolo a ceder, a conocer un paraíso de caricias y placer...

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Tan sencillo como embarcarme en tus ojos. Tan hermoso como tu prisión de marfil. Tan simple como el desliz cada vez que pienso en ti. Tan grato como abrir un museo de cada gesto y acto. Tan fútil como desearte y no dar ni un paso. Tan trágico como pensarte y enriquecerte. Tan cierto como que escribo para ya no temerme.

sábado, 2 de marzo de 2013

Ensordecedor no es sinónimo, de amor es antónimo.

¿Qué espero del amor? -Los escuché decir- Fue una pregunta bastante capciosa para mi. Fue una pregunta en la cual me confesé como aprendiz. Realmente no esperaba un pregunta de tal envergadura, muchos menos en tiempos donde entre más express sea el sentimiento mayor será el éxtasis aunque eterno el descontento. Pero eso nunca importará, porque nunca nada importa; no importa el compromiso sino un montón de fantasía amorfas.

Pero volviendo a la pregunta que se me hizo, mi respuesta tardó en llegar; pero al momento de arribar, fue atendida con cordialidad, fue abrazada como al amigo que llega y no se ha visto jamás. Primero, dije, el amor estaba pisoteado y no había rehabilitación más efectiva que la estima responsiva. Segundo, veneno es para el amor aquellos enamorados que de confeti los cielos revisten, neuróticos incorregibles de propaganda accesible. Y por último, contesté la pregunta que inquisitivamente me acorralaba: no puedo esperar mucho del amor si mi palabra no vale nada, si mi destello es glacial y no flamígero como la lava.

¿Merece ser noticia la inmundicia? Disculpa, ¿merece tu inmundicia tocar el cielo con la manos y profanar toda esperanza terrenal? La pregunta fue una estocada que maximizó mi mortalidad. No tenía nada que decir. No tenía más que el silencio como aliado. Soy un especialista en destruir la magia del momento. Quizá por eso escogí ser psicólogo y no arquitecto. Quizá por eso deambulo por los recovecos de laberintos secretos esperando encontrar salida aunque complejo sea el secreto.