"This is not the sound of a new man or a crispy realization. It's the sound of the unlocking and the lift away. Your love will be safe with me."

domingo, 29 de junio de 2014

Así fue

Hoy 29 de Junio de 2014, México ha vuelto a hacer historia... de la negativa, lamentablemente. Por sexto mundial consecutivo México se queda en los octavos de final. Y hoy, más que nunca, no está de más preguntar: ¿qué nos hace falta para trascender a nivel mundial en un deporte tan arraigado por el mexicano? La respuesta, desde mi trinchera particular, está en la mentalidad. Porque al parecer en lo colectivo se ha dado un paso positivo. Hoy más que nunca vimos que en lo futbolístico se le puede competir a selecciones como la de Holanda pero ese paso a la gloria, el paso al podio para levantar la copa, está reservado para los que ven el séptimo partido como finalidad no como destino.

Si tuviera que hacer un breve resumen del partido, sería el siguiente: México insistente, Holanda paciente. Los nacionales dieron sus mejores golpes hasta que llegó el muy buen gol de Dos Santos. De ahí en adelante México se sintió cómodo y, conforme avanzaban los minutos, calificado (groso error del seleccionado). No se veía por dónde Holanda metería el gol. Aunque ellos pacientes, conscientes, sabían que tendrían una; que al final fueron dos. Los holandeses abandonaron su filosofía futbolística, sabedores que adelante tenían dinamita pura. Mientras tanto, México repetía los mismos errores que contra Brasil: hicieron que su portero se vistiera de figura. Ambos traicionaron sus estilos, es cierto, con la finalidad de ganar el partido. Pero a los nuestros les salió más caro, pues, no contábamos con el mismo armamento.

¿Será acaso que nunca daremos el gran paso en un mundial? ¿Será acaso que el fútbol nacional está destinado sólo a participar? ¿Qué nos falta para no repetir la historia mundial tras mundial? ¿Realmente estamos tan lejos de las selecciones de prestigio? Considero que las distancias no son tan largas aunque sigo viendo que la gran diferencia está en los pequeños detalles que nos hacen seguir con la etiqueta del eterno participante. Antes de mencionarlos, me gustaría decir que México tiene todo para sobresalir: afición, infraestructura, economía, una liga ya cimentada. Detalles nada mínimos si se busca apuntar a lo alto.

Ahora bien, considero que, una vez más, se hace mal uso de los recursos. Es como si tuviéramos un millón de pesos en nuestras manos y utilizáramos sus billetes para encender habanos o comprar productos que sacien un placer instantáneo. Pareciera que, el mayor pecado, es el déficit de memoria a largo plazo, de proyectos largos, del mexicano. Preferimos diez partidos innecesarios en Estado Unidos por unos cuantos dólares más en el bolsillo que dos partidos en el viejo continente, sudamérica o cualquier otra zona del planeta fuera de los habituales dominios.

Otro aspecto fundamental para trascender es tener una identidad al jugar. Y en México parece imposible pues técnicos y técnicos pasan sin respetar el proceso correspondiente. ¿Cómo encontraremos una manera de jugar a la pelota si los de pantalón largo se hacen pelotas, si no se permite que el director técnico deje su impronta? Podrá o no gustar, podrá o no ser útil, pero el dar continuidad es fundamental. Nada como permitir que los procesos se cumplan. Al final se hará el balance, se sacarán conclusiones, y se verá qué reciclar y qué desechar.

Un claro ejemplo son las selecciones menores que han sido campeones en sus categorías. ¿Dónde están esos jugadores? ¿Dónde quedaron esas generaciones de triunfadores? Pocos, realmente muy pocos, son los que llegan a cumplir con el proceso formativo. Y los que lo hacen, se desorientan o simplemente su rendimiento baja considerablemente. He aquí donde la mentalidad vuelve a girar alrededor de nosotros como fantasma en mansión embrujada. Debemos aprender, urgentemente, que no basta únicamente preparar a los jugadores de manera que sean eficientes con el balón en los pies; sino también con sus procesos mentales, anímicos, emocionales, fundamentales para el saber qué hacer cuando más apremia la pelota en los pies.

Hoy nos faltó temperamento en los minutos de mayor arresto y un poco de realidad. Sí, esa que dice: aún no hemos ganado nada. Nuestro primer agravio en estos cuatro años, ha sido creernos gigante del área. El segundo error, es creer que con tan poco tiempo alcanza para trascender. En este mundial se ha lucido bien pero el trabajo valdrá nada si no se aprende del esfuerzo realizado. Esperemos que esta eliminación a mano holandesa sea la primera piedra de un porvenir con mayor riqueza pero, claro está, este argumento lo hemos escuchado desde Estados Unidos 94 y no se ve por dónde la mejoría ha de llegar. Al parecer los discursos han cambiado. Sólo a base de tiempo y trabajo sabremos si las heridas se tornan, por fin, escamas.

¿Qué decimos?

Una vez más el arbitraje es punto medular de críticas. Se le ha acusado de robo a mano armada, entre las cosas atracadas, figuran: un par de goles en posición legal ante Camerún y un penal flagrante ante Croacia; ante Holanda, se ha añadido un penal marcado en los minutos finales ante un evidente clavado de Robben. Y, haciendo un ejercicio de honestidad, de insight, ¿es el arbitraje el verdadero culpable de esta tragedia nacional? La realidad es que no lo es. Pero esto de acusar es una manera de justificar el errático actuar y de paso, ser la víctima de un telenovela muy personal, matando dos pájaros de un tiro. Esto es una enfermedad nacional, casi tan milenaria como la cultura azteca o maya: la de culpar a terceros de cosas primarias.

Si empezáramos a hablar de justicia, nunca acabaríamos. Para unos, la justicia es una suerte de equilibrio; me quitas y me das. Para otros, la justicia es simplemente hacer lo correcto. Y así, nos iríamos recolectando conceptos para, quizá, no acabar jamás. Está más que claro que cada uno ve lo que desea ver, lo que a sus intereses beneficia, lo más fácil en la vida es culpar; lo más difícil es cargar con la responsabilidad del deber incumplido. Somos esclavos de nuestras pasiones. Somos subordinados en un escenario donde la razón cumple un papel secundario. Por eso nos sentimos ultrajados. Por eso nos sentimos atropellados. Por eso nos sentimos chingados.

Mira como es la vida y el fútbol, que nos ha dado seis veces la revancha y ninguna de ellas hemos aprovechado. Como en los penales, no mereces ganar cuando has errado tanto. Quizás es esa la reflexión más importante tras esta dolorosa derrota. El arbitro hoy no fue el villano. El malo de esta historia fuimos nosotros. Las cosas que se dejaron de hacer y que acabaron por deshacer toda ilusión de pronto. Dicen que el mexicano vive de fantasías y que en una de ellas juegan once contra once. Ahora habrá que esperar hasta 2018 para volver a nuestra Disneyland; donde La Plaza Roja y La Catedral de San Basilio aportará un escenario tan cercano al de Mickey Mouse.

¿Cómo lo vivimos?

Hay un afecto muy grande por la selección. Tanto así que no importó los malos resultados de las eliminatorias y la paupérrima participación en la Copa Confederaciones así como en la Copa de Oro. La gente estuvo presente y al pie del cañón, entonando el himno con fervor y prorrumpiendo los estadios con el ya mundialmente conocido grito de guerra. Pero, no hay mayor equivocación, que confundir un simple deporte con asuntos de nación, con asuntos que rebasan al deporte. A veces me da la impresión que se toma al jugador —y a veces al ciudadano mismo— como un soldado, como si este no tuviera mayor elección, mayor obligación, que la de estar presente cuando su selección le llame; sin poder hacer uso de la toma de decisiones personales.

Un claro ejemplo es el de Carlos Vela. El jugador de la Real Sociedad aún sufre el estigma de no haber querido ir al mundial. Acción que se tomó como ignominia, que se juzgó como anatema y que, al leer la postura de una mayoría mexicana, pareciera que jamás sera perdonada. También a quien no apoya a la selección en momentos mundialistas o en cualquier otra competición, se le mira como a quien ha faltado el respeto al lábaro nacional. Habrá mucha gente a quien no le guste el fútbol pero cada una de ellas sera enjuiciada en base al grado de solidaridad que muestren ante la participación en que la selección esté involucrada. Es como si el mundo tricolor estuviese situado en una dimensión alterna. En un mundo donde solo entran aquellos caudillos que estén dispuestos a dar su vida aun y cuando el barco se esté hundiendo.

Un aspecto más que me gustaría mencionar es el que viene de la televisión, con tanta campaña publicitaría que más que genuina arenga, parecería la más interesada adulación. Desde ahí se da un color a la selección que parece no desteñirse con nada, que parece ser incondicional, que parece no aceptar menos que la fidelidad. Un mensaje para nada acorde en un país donde aún se habla de una tierra prometida llamada democracia; donde la gente es libre de elección y decisión. Como siempre lo he dicho, todo ese circo mediático en el que está inmersa la selección termina en ocasiones por no ayudar; es, en un lenguaje muy simpsoniano, como vender tu alma al diablo por un Ferrari.

¿El quinto partido?

Considero que no hay carga más pesada en el fútbol nacional que el dichoso quinto partido, hazaña que sólo se ha logrado en casa (México 70 y 86). Cuando se acerca el momento del mundial, cuando éste está a la vuelta de la esquina, ese viejo trauma resucita; sí, trauma, porque más que encomiar a los jugadores a llegar a dicha meta pareciera encogerlos en instancias finales, ahí donde se empiezan a ganar los mundiales. Y todo eso se ha convertido en una loza mental a través de los años gracias a una obsesión por alcanzar dicho logro. Y quizá, uno de nuestro errores, uno de nuestros principales obstáculos, es dar vueltas sobre el mismo punto para acabar al final mareados.

Una sugerencia personal sería no pensar más en ello. No porque sea un imposible sino porque acaba por viciar, dañar una causa. Estar en octavos de final para el mexicano acaba por ser una costumbre tan típica como la del Día de Muertos o de la Santa Candelaria pero cuando se está ahí, pareciera que no se disfruta, pareciera que gana la angustia de estar en la antesala de una final muy de la conciencia mexicana. Generaciones pasan y lo único que no deja de pesar es ese morral acumulable con el paso de los años. En la realidad tricolor parece haber dos verdades: no faltar a un mundial y no olvidar que éste empieza con la llegada del quinto partido. Deberíamos de seguir el método de muchos otros equipos y seguir la más lógica de las lógicas: jugar el primer partido pensando en el primer partido.

¿Destino?

Se ha filtrado un dato que hace la comparación de la eliminación de Francia 98 a manos de Alemania con esta de Brasil 2014 a manos de Holanda. De todos los datos presentados —coincidencia en los cambios, minuto del gol mexicano y nacionalidad del arbitro—, el que llamó poderosamente mi atención fue el último: en los dos partidos, al rival le bastó un rango de diez minutos para dar vuelta al encuentro. Esto, una vez más, reafirma la idea de que nuestra mayor flaqueza está en lo mental. Basta un suspiro en un partido para echar abajo todo el esfuerzo, todo lo construido. Y una vez derrumbado, nosotros al unisono nos hacemos añicos. Lo que a los de verde cuesta sangre, sudor y lágrimas a los de enfrente les basta con un instante de concentración, de inspiración, para dar un golpe mortal. Y sí, nosotros no tendremos un Klinsmann o un Sneijder pero tenemos algo aún más fundamental: el conjunto; pieza medular en cualquier deporte.

¿Qué hemos hecho mal? Como lo he comentado ya con anterioridad, pensar que lo obtenido es suficiente. No se puede aspirar a más en una competición tan importante cuando a tu rival le basta con menos para dejarte sin más consuelo que el "pudimos haber hecho más".