¿Que el mundo acabará? No lo sé.
¿Que la gente violenta se comportará? No lo sé.
¿Que de los cielos una luz se asomará? No lo sé.
¿Que los volcanes tomarán la palabra? No lo sé.
¿Que las calles en silencio quedarán? No lo sé.
¿Que el caos ocupará el trono? No lo sé.
¿Que las luces guiñarán en gesto de despedida? No lo sé.
¿Que los arboles se desplomaran al son de los rascacielos? No lo sé.
¿Que los zanates volarán dispersos en el cielo? No lo sé.
¿Que los ríos carmesí se tornarán? No lo sé.
¿Que las esperanzas quedarán enterradas? No lo sé.
¿Que las miradas al cielo se elevarán? No lo sé.
¿Que de cruces la tierra se alimentará? No lo sé.
¿Que entre el ruido de las sirenas velaremos la noche? No lo sé.
¿Que estrepitosos alaridos prorrumpirán las calles? No lo sé.
¿Que los gritos serán una anécdota de vida? No lo sé.
¿Que la marea más alta sera señal de ablución? No lo sé.
¿Que la luna nos despojará de su vigía? No lo sé.
¿Que cambiaremos canicas por casquillos? No lo sé.
¿Que enfermos bajo el sol descansaremos? No lo sé.
¿Que de las nubes no habrá gota de fertilidad? No lo sé.
¿Que caníbales todos comulgaremos? No lo sé.
¿Que de la copa del lascivo beberemos? No lo sé.
¿Que no habrá necesidad de funerales ni despedidas? No lo sé.
¿Que no habrá razón a ojo del tuerto? No lo sé.
¿Que toda religión quedará en cabeza del decapitado? No lo sé.
¿Que en tinieblas nuestro rostro desconoceremos? No lo sé.
Lo que realmente sé es que insolencia lleva por nombre nuestra penitencia...
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