Le conocí una tarde. Quizá la tarde más pletórica de aquel Junio. Nunca me había sentido con tal plenitud y disponibilidad. Y quien no, iba a conocer a cierta persona encargada de hacer mis días una fábula, y por las noches, un idilio. Conocería al prestigioso maestro de las letras Emmanuel, y me refiero así, no porque sea filólogo o literario; en realidad, es un escritor subterráneo tanto que aquel encuentro se daría en lo más aislado de aquel centro histórico.
A espaldas de aquel edificio que ocupaba gran parte de la manzana, me encontraba a la espera de él. Habíamos intercambiado números días antes y él llamaría para darme su ubicación. En todo momento me había dicho que estaba en su itinerario hacer tales citas pero que esta vez la curiosidad le superaba. Quería ver frente a frente a quien con interés leía todo lo que de sus meandros salía. Me hizo mención de la puntualidad. Odiaba que la gente viera con nimiedad el tiempo. Cuando es escaso a todo momento. Por ese motivo estaba ahí minutos antes. Expectante.
Pasados treinta minutos, y con esa llama agotándose en cada momento, sonó el móvil. Contesté y tras el auricular escuché su voz, una voz un tanto amodorrada y balbuceante. Por mi mente cruzaron infinidad de imágenes; desde la de un tipo gordinflón y bonachón pero desaliñado y la de un tipo un tanto malicioso y misógino. Me indico que se encontraba enfrente de él, en un negocio pequeño donde sólo asistían personas adultas a charlar sobre lo que la vida fue y nunca será.
Al entrar al lugar vi escasa gente. Una pareja de adultos más ocupadas por inspeccionar el vacío que por lo que realmente el otro dice. Un par de señores de pie, charlando con el encargado, que era igual de provecto que ellos. En el fondo, en una mesa de aspecto enclenque pero que había soportado más tiempo que muchos de sus comensales, se encontraba él sentado con la mano en alto en señal aprobatoria. Tome asiento y enseguida todo cuanto había ensamblado en los días y hacía instantes se desmoronó. Frente a mi estaba un adulto de rostro severo, barbado y con un corte de pelo descuidado pero que le sentaba bien. Su vestimenta, la cual observe mientras me acercaba, era demasiado casual para un lugar donde el buen vestir viene con las costumbres.
Una vez acomodados él extendió su mano. Yo la estreché son particular alegría. Él me observó por un instante y dejo ver una sonrisa. -En mi no estaba esto- dijo. -Sin embargo, tu paciente espera me conmueve. Yo quedé en silencio. No sabía si complementar el comentario o solamente escuchar aleladamente. -Que me dediques parte de tu tiempo es para mi el mejor de lo halagos, el mejor de los reconocimientos. Tristemente, no encontrarás en mi ni una seña de lo que tú percibes. Son maquetas de una vida periférica. Son matices que nunca verás en mi ojos. Somos lo que nunca seremos y seremos como somos. Al concluir sus palabras, tomó una servilleta y escribió en ella. Tras un dobles dijo: Haz de él una referencia. No un espejo en el que todos se miran. Se puso de pie y se marcho. Al abrirlo, estaba ahí Rafael.
No hay comentarios:
Publicar un comentario