Nunca pensé tanto en mi como aquel día. Era un jueves soleado, con poco ambulante por las calles y estruendosos motores que anuncian su pasada. Definitivamente el silencio ayudaba en esa platica personal. Hacia tiempo que necesitaba de mi. Hacia tiempo que no me brindaba un espacio. Era un día digno para el reconocimiento, la sanación, la evaluación de aquello que llamé, porque incluso en la mala acción se hayan remedios, "dos caras tiene un ego". Algún provecho de mi condición de humano había de hacer valer. No por nada, desde siempre, se nos da mejor el papel que no es el nuestro a aquel que en el guión lleva nuestro nombre. Al parecer, no es por quien somos que vivimos sino por quien no podemos ser. Nuestras miradas, nuestro cuerpo, nuestras negligencias lo dicen, lo relatan.
A veces me gustaría tener ese cinismo para reírme de manera estridente de todo aquello que sé me es dañino pero que no es mi crucifixión; prorrumpir y despojarse de una carga recibida de herencia y agudizada con los años de eterno espectador. Quisiera ser esa persona que no soy pero que alguna vez en los meandros de mi cerebro he interpretado. Quisiera tomar por el cuello mi impotencia y restregarla por el suelo como limpiando la suciedad que en mis pies se ha impregnado. Quisiera despojarme de mi sonrisa y hacer de mi rostro severo en señal de apatía. No hay tesoro en lo moral. La inmoralidad vale una persignada. La autenticidad viene inscrita bajo impulso, todo cuanto sea pensado y abortado es moral; todo cuanto sea pensado y omitido es inmoral.
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