¿Puedes sentir ese enojo, ese rencor recorrerte? Eso significa que aún no ha terminado contigo. La pregunta es: ¿estás dispuesto a terminar con él?- pregunté con mirada del que espera una respuesta sabiendo de antemano que no la encontrará. El joven sentado enfrente de mi era un prodigioso del desorden. Estaba aquí porque sus padres le habían traído después de un pleito con su hermano, con el cual, había tenido altercados por esas diferencias que existen entre hermanos y en las que se ve en el otro lo peor de sí. Quizá era el motivo por el cual muchos de los que sobrevivían a dichas diferencias hacían lazos de por vida.
Andrés, como se llamaba, no había hablado más con su hermano después de dicho evento. Se distanciaron en su interacción para dar paso un sentimiento que los fue devorando a ambos. Una relación que de niños fue regocijante, ahora, años más tarde, se volvía una lucha cuya bandera era el orgullo. El vivir juntos no solucionaba nada. Al contrario, el estar viéndose las caras aviva aún más el sentimiento de rencor por lo sucedido. A veces se preguntaba, dijo, "si el silencio era verdaderamente la solución o una premisa de que esto podía empeorar". No siempre la cotidianidad termina por difuminar los momentos. No en su caso. No con eso.
Hablándome de su hermano (Jonathan) no dispuso de ninguna palabra desprestigiosa. Al contrario, se refería a él como una persona ordenada y activa pero cuyo vado era el consumo de drogas, del que bien no era adicto, pero sí hería a su mamá. ¿Alguna vez han hablado al respecto?- pregunté. Él negó con la cabeza. Lo negaba con ojos de incredulidad. Aquellos ojos, no sabría decirlo bien, delataban su negativa por ser quien diera el primer paso o porque veía todo tirado por la borda. ¿Creen soportar ese juego de pseudo-valentía en el que ambos participan?- pregunté. Él callo por un momento. Inclinó cabeza de manera reflexiva. Alzó la cabeza y dio un no como respuesta. Él sabía que aquello terminaría, que aquella fricción disminuiría pero lo que ignoraba era cómo se suscitaría. Y su rostro no era alentador.
Sabe, en ocasiones he querido estrangularlo, golpearlo y gritarle en su cara todo lo que he guardado. En otras, he querido hablar civilizadamente. Lo quiero a pesar de lo experimentado. Aparte, no soy de armas tomar. Creo que la violencia no soluciona nada y nuestra situación lo confirma.- concluyó. En efecto, su convivencia no había sido paupérrima. Desde infantes eran una dupla. ¿Sabes qué es el crecimiento? Es la etapa más conflictiva del ser humano. A su edad son dueños de una causa difusa que no comprenden pero que defienden como si fuera su todo. Conforme los años pasan se van abandonando pero en el camino deja sus heridas. Esas heridas son las que nos forjan. De ahí en más no hay más que barbas largas y consejos sabios.- dije. El joven miró a un punto fijamente, reflexionando, asimilando aquella palabras.
Cuando el tiempo había acabado, añadí: "No aprisiones tu lengua. Deja que las palabras salgan. Eso de pasar con saliva lo que con miedo no se dice termina por asfixiarnos, termina por ahogarnos en palabras destinadas a otros" Estrechamos nuestras manos y él salió con una sonrisa de satisfacción, al menos, era menos lo que arrastraba. Hacía falta deshacerse de ellas por completo, eliminar todo sentimiento negativo en contra de su hermano. La tarea no era nada fácil porque lo fácil a nadie pertenece.
Andrés, como se llamaba, no había hablado más con su hermano después de dicho evento. Se distanciaron en su interacción para dar paso un sentimiento que los fue devorando a ambos. Una relación que de niños fue regocijante, ahora, años más tarde, se volvía una lucha cuya bandera era el orgullo. El vivir juntos no solucionaba nada. Al contrario, el estar viéndose las caras aviva aún más el sentimiento de rencor por lo sucedido. A veces se preguntaba, dijo, "si el silencio era verdaderamente la solución o una premisa de que esto podía empeorar". No siempre la cotidianidad termina por difuminar los momentos. No en su caso. No con eso.
Hablándome de su hermano (Jonathan) no dispuso de ninguna palabra desprestigiosa. Al contrario, se refería a él como una persona ordenada y activa pero cuyo vado era el consumo de drogas, del que bien no era adicto, pero sí hería a su mamá. ¿Alguna vez han hablado al respecto?- pregunté. Él negó con la cabeza. Lo negaba con ojos de incredulidad. Aquellos ojos, no sabría decirlo bien, delataban su negativa por ser quien diera el primer paso o porque veía todo tirado por la borda. ¿Creen soportar ese juego de pseudo-valentía en el que ambos participan?- pregunté. Él callo por un momento. Inclinó cabeza de manera reflexiva. Alzó la cabeza y dio un no como respuesta. Él sabía que aquello terminaría, que aquella fricción disminuiría pero lo que ignoraba era cómo se suscitaría. Y su rostro no era alentador.
Sabe, en ocasiones he querido estrangularlo, golpearlo y gritarle en su cara todo lo que he guardado. En otras, he querido hablar civilizadamente. Lo quiero a pesar de lo experimentado. Aparte, no soy de armas tomar. Creo que la violencia no soluciona nada y nuestra situación lo confirma.- concluyó. En efecto, su convivencia no había sido paupérrima. Desde infantes eran una dupla. ¿Sabes qué es el crecimiento? Es la etapa más conflictiva del ser humano. A su edad son dueños de una causa difusa que no comprenden pero que defienden como si fuera su todo. Conforme los años pasan se van abandonando pero en el camino deja sus heridas. Esas heridas son las que nos forjan. De ahí en más no hay más que barbas largas y consejos sabios.- dije. El joven miró a un punto fijamente, reflexionando, asimilando aquella palabras.
Cuando el tiempo había acabado, añadí: "No aprisiones tu lengua. Deja que las palabras salgan. Eso de pasar con saliva lo que con miedo no se dice termina por asfixiarnos, termina por ahogarnos en palabras destinadas a otros" Estrechamos nuestras manos y él salió con una sonrisa de satisfacción, al menos, era menos lo que arrastraba. Hacía falta deshacerse de ellas por completo, eliminar todo sentimiento negativo en contra de su hermano. La tarea no era nada fácil porque lo fácil a nadie pertenece.
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