Cuando llega la noche las farolas se encienden y el silencio desciende,
y yo en mi alcoba me hayo esperando el secuestro de Morfeo.
Mis pensamientos son una colmena y su miel más luce como cera;
impidiendo que mis párpados den por concluido un nuevo acto.
La luz a través de mi ventana, la araña en mi ventana
y la voz que persiste en mi interior son los únicos testigos.
¿Poner la mente en blanco? ¿Es aplicable la palabra desalojo
cuando se trata de escurridizos temores y rencores?
¿Acaso mi cuarto se ha ido reduciendo al paso de las noches
o es simplemente el estrecho pasadizo entre lo real y lo onírico?
Mientras tanto, la ansiedad vuelve y me convierte en un torbellino;
mis dientes acaban con mis uñas y las almohadas en el juguetero.
Después... la paranoia. Ruidos que vienen de abajo, ruidos que vienen
de un costado; una vez más se esfuma la posibilidad de descansar.
El techo, una vez más a mi vista. A veces me he preguntado si
iluminándolo las aspas al girar me podrían hipnotizar.
Pero tratándose de ceder, el tiempo es efectivo, es como el pentotal sódico:
dejad que transcurra un poco y acabarás confesando en silencio.
Lo demás... sólo Freud lo sabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario