Mi madre va a la iglesia todos los domingos. Y en ella hace el ritual habitual: persignarse, sentarse, pararse, arrodillarse, estrechar la mano, cantar, comulgar. Me pregunto qué es lo que rezara. Algo como: "Dios, y tú sabes que lo que le hacemos a mi hijo es por su bien. Igual que a ti cuando te apedrearon, golpearon y crucificaron. Él saldrá hecho una persona nueva. Una persona que murió por mis pecados". Quizás a lo que se le reza no es a un ser superior sino a nosotros mismos. A alguien dentro de nosotros con la habilidad de ver más allá del bien o el mal. Quizá lo que buscamos no está en una cruz.
La gente que va a la iglesia no es diferente de quien va un centro comercial: a ambos se va esperando algo, algo prometido, algo que siempre se ha querido, algo que se pueda decir es mio, algo que les dé la certeza de que son parte de algo, algo donde encontrar respuestas, algo donde puedan invertir sin más. Y así como la mujer que sale con un vestido nuevo, la gente sale de la iglesia con un peso menos pero igual de superficial. El caos de allá afuera no me importa mientras tenga algo nuevo en mi guardarropa. Dios es mi todo pero el prójimo un cero antes del decimal. Tratamos a los dioses como personas y a las personas como dioses; y así, el prójimo se vuelve inalcanzable. Al abrirse la puerta ya no somos hijos de Dios congregados; somos seres humanos segregados que a penas y nos miramos.
La gente que va a la iglesia no es diferente de quien va un centro comercial: a ambos se va esperando algo, algo prometido, algo que siempre se ha querido, algo que se pueda decir es mio, algo que les dé la certeza de que son parte de algo, algo donde encontrar respuestas, algo donde puedan invertir sin más. Y así como la mujer que sale con un vestido nuevo, la gente sale de la iglesia con un peso menos pero igual de superficial. El caos de allá afuera no me importa mientras tenga algo nuevo en mi guardarropa. Dios es mi todo pero el prójimo un cero antes del decimal. Tratamos a los dioses como personas y a las personas como dioses; y así, el prójimo se vuelve inalcanzable. Al abrirse la puerta ya no somos hijos de Dios congregados; somos seres humanos segregados que a penas y nos miramos.
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