El éxito tiene muchas puertas. Al abrir una, esta te lleva otra y así sucesivamente. Esto se debe a que en la vida no hay un éxito, hay éxitos; el acabar la primaria es uno pero inmediatamente llega la secundaria, posteriormente la preparatoria y después universidad. En esas particulares etapas y otras que emprendamos hay logros alternos que van incrementando el ímpetu por el éxito. Pero lo que realmente hace que el éxito se consuma es la integra consciencia que conservemos respecto a nuestra persona, el conocimiento que hace de cada paso una lección que tanto puede fortalecer como puede hacer recapacitar y ver si este es el camino que se ha de seguir. El éxito se va preparando desde los primeros años de vida para llegar a una etapa más concreta y ponernos en marcha en la autopista del éxito.
El éxito no es obra de la casualidad. Lo hombres que han llegado a disfrutarlo, palparlo y regocijarse en él, son personas que antes de fijarse una meta se examinaron de pies a cabeza; o sea, existió un análisis personal, un acto concienzudo, cuya recompensa es conocerse, interactuar con aquello que los entristece y los alegra del mismo modo que hacer redituables las virtudes y propietarios de sus defectos. No podemos aspirar al trono si antes no ocupamos el nuestro.
El éxito no tiene restricciones. Se podría pensar que está reservado para las mentes maestras o personajes superiores como escritores o actores pero la realidad indica que todos estamos en condiciones de aferrarse al éxito. El decremento de las expectativas y autoestima construyen las barreras que pueden ser derrocadas si se ponderara el autoconocimiento. No hay que ver limitantes donde no las hay, ni cláusulas porque éstas no existen, el único impedimento reside en nuestro interior.
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