¿Cuánta gente no hemos visto maldecir a la vida, culparla de lo sucedido, de esas decisiones tomadas con "seguridad" pero que terminan causando una gran aflicción? Las decisiones bien tomadas siempre van en compañía de un conocimiento certero de quién uno es y no lo que a ojos de otros puede ser. El ser humano, en su mayoría, es conocido por su necedad. Cuando algo le perjudica o no empata con lo que éste quiere en realidad, decide continuar porque su conocimiento personal es flaco, es dirigido por falsas alusiones del yo; una persona que es timorata elegirá ir a una fiesta por más que no encuentre ella nada de su agrado pero sí esa falsa creencia de afiliación que el evento ofrece, igualmente pasa con las personas que buscan una relación a plenitud cuando consigo mismos no lo están. Gran parte de los fracasos y tropiezos se deben a una contradicción de lo que no conozco y lo que pretendo obtener.
El mundo no es un lugar hostil, un campo de batalla. El entorno nos proporciona lo necesario para sobrevivir. Pero cómo hemos de saber que coger y que dejar ir cuando hay una página en blanco en la que aún no hemos escrito: uno mismo. El autoconocimiento nos hace ver el mundo colorido, no en su constante contraste blanco y negro; nos hace conscientes de una amplia gama de cualidades y defectos que antes que ellos atiborren de supuestos, nosotros debemos conocer.
El despejar la ignorancia de uno mismo es el paso primordial si se busca que las palabras y circunstancias tomen sentido. No podemos vivir siendo una creación plagada de remaches y conceptos ajenos; hay que primarizar lo que se coseche en nuestros propios huertos. Entre más prominente sea la separación con nosotros, mucho más se evadirá la responsabilidad y cada aspecto de nuestra vida será una amenaza.
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