"This is not the sound of a new man or a crispy realization. It's the sound of the unlocking and the lift away. Your love will be safe with me."

lunes, 25 de abril de 2016

Leicester City: nunca lo olviden.

La primera vez que a mis persona llegó el nombre del Leicester, fue en aquel partido de promoción de la Segunda División inglesa (Championship) del 2013 por un boleto a la Premier League, en el cual, tras haber ganado el partido de ida ante el Watford en el King Power por la mínima diferencia, perdieron el partido de vuelta en Vicarage Road por 3-1 en lo que fue un final de alarido —que incluye un penal parado de último minuto por Almunia y el gol clasificatorio inmediatamente después—; una de las definiciones más dramáticas que he visto en mi vida (aunque para la próxima temporada acabarían ascendiendo como primer lugar). Aquel juego, es uno de los primeros recuerdos que llegan a mi ahora que el Leicester se encuentra tan cerca del título en la Premier League; misma que el año pasado la culminaron en la zona baja logrando el objetivo de la permanencia.

La del Leicester es una más de las múltiples historias que el fútbol regala a sus aficionados (más allá del club que se represente) y que el público suele encontrar satisfactorias; una que nos hace recordar aquel David, diminuto, que derroto a un colosal Goliath, una que bien podría representar —y con la cual identificarnos— una actualidad tan carente, desafiante y desprovista para el pequeño: la de un equipo que sin tanto renombre, sin tanto prestigio y con un equipo modesto, con jugadores rescatados de divisiones inferiores o de danzones que los llevaban de aquí a allá, que se encuentra en las inmediaciones de ganar el máximo título del fútbol británico y el máximo logro en la historia del club ante rivales de mayor tradición y envergadura. Un hazaña sin precedentes para un club que hasta hace poco era un lugar más en el mapa futbolístico y británico e incluso ignorado por los mismos habitantes de su ciudad.

(Me gustaría mencionar aquí que, a diferencia del Atlético de Madrid, por ejemplo, que también basa su filosofía en sacar el mayor rédito de los recursos con los que cuenta, filosofía instaurada por Simeone, el Leicester no cuenta con esa historia ganadora ni con el prestigio del equipo de la capital española. Mientras el Atlético de Madrid es un grande que se encontraba en un bache y que Simeone rescató de manera fenomenal, el Leicester nunca, hasta el presente torneo, se había encontrado tan cerca de la gloría y de los ojos del mundo).

Pero, ¿cuál ha sido la receta que ha llevado a un equipo de los de abajo a estar en la cima, cima que pareciera estar reservada para equipos con mayores presupuestos y aspiraciones? Precisamente lo que los grandes nombres no han logrado alcanzar en esta temporada: un equipo. Un equipo total. Un equipo comprometido hacía un mismo logro. Un equipo en el que suman todos y en el que las individualidades no son ataduras sino complementos para el compañero con el que se juega. Al contrario de, por ejemplo, el Tottenham, equipo con el que disputa la punta, que basa mucho de sus aspiraciones en lo que haga o deje de hacer Harry Kane. Y así, otros equipos grandes de la Premier Legue donde las individualidades pesan mucho, tanto que llega a descompensar la labor que se pueda hacer como conjunto. Preguntémonos, por ejemplo: ¿qué sería el City sin Agüero o De Bruyne? ¿Qué sería del Arsenal sin Sánchez u Özil? ¿Qué sería del Liverpool sin Coutinho o Sturridge? ¿Qué sería del Chelsea sin Hazard o Costa? ¿Del United sin Rooney? Porque el Leicester sin Vardy, y lo dejó comprobado ante el Swansea, sigue siendo igual de productivo.

Cierto que en el fútbol británico de la actualidad, el hecho de que sus equipos importantes sufran un bajón ha potenciado que otros (como el West Ham, Tottenham o Leicester) suban escalafones pero eso, no quita méritos, ni hace menos lo hecho por el equipo de Ranieri —ni de los demás—, sino todo lo opuesto: magnifica su labor; una que ha sido notable, excelsa y plausible desde cualquier perspectiva así como digno de difusión mundial. Pero quizá lo más importante de esta fiebre azul que contagia el Leicester, es el mensaje de que con muy poco se puede lograr mucho; moraleja vital para un fútbol moderno en el que las grandes inversiones y los grandes nombres pululan y se presentan y venden como solución a sequías de títulos o adquisición de estos así como mejoras de juego, lo cual, no es para nada cierto, ya que, el fútbol, al ser un juego de conjunto —al menos que las reglas hayan cambiado en ese ámbito y ahora sea un juego de singulares—, su mayor propósito es el funcionamiento adecuado de las piezas, no el nombre de sus marcas o el costo en el mercado. Y en este renglón, el Leicester, ha logrado una gran producción de sus piezas que se podrían considerar recicladas o desechables en otros talleres.

Si una anécdota puede definir la historia del Leicester es la de quien invirtió centavos en una casa de apuestas a que el equipo sería campeón, y esa misma persona, meses después de dicha inversión en tono de broma, está a nada de ganar, al igual que el equipo, un premio mucho mayor del presupuesto de un inicio. Los centavos se convierten en pesos, los pesos en miles. Y así, un equipo desconocido y que al inicio y desarrollo de la Premier no se daba ni un penique por él (ya que, honestamente, la fe por los zorros, no cobro vida, al menos al nivel que alcanza hoy, sino conforme se iba acercando la fase final de la liga; previamente se aseguraba que en cualquier momento caerían o se preguntaba si les alcanzaría el aire), hoy está a un juego de gritar, con mayúsculas y exclamaciones: ¡CAMPEONES! De hecho, me voy adelantar: ¡CAMPEONES!.

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A futuro, la pregunta sería: ¿qué pasará: volverán al fondo de la tabla para pelear el descenso, como su historia lo marca, o una vez saboreado las mieles del triunfo seguirán peleando en la parte alta, sumando un potencial competidor más por el título? Imposible determinar. Porque así como nos podemos encontrar con el nacimiento de un nuevo Chelsea que pase del anonimato al reconocimiento global también nos podemos encontrar con un garbanzo de a libra, una experiencia una en un millón que llenó de satisfacción a propios y extraños pero que no trascendió más allá del impacto de su erupción. Lo único que se puede asegurar es que este equipo y sus historias personales jamás se olvidará. Larga vida al fútbol.

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