—¿Puedes creerlo? Hacen tanta campaña en contra del sobrepeso, de los daños a la salud causados por la obesidad, de lo letal que puede llegar a ser dicha problemática y nadie se activa para combatirla; en cambio, haces campaña para que la gente se subleve, he inmediatamente la gente se apunta, casi casi que toma las armas para tomar las calles o cualquier otro medio.
—Lo que pasa es que vivimos en un país de antecedentes revolucionarios. Aparte de que el nuestro es un país constantemente golpeado, dañado, así que cuando se trata de manifestarse, brotamos ipso facto; en el inconsciente colectivo tenemos algo de Villa o Zapata.
—¿Y dónde está el diálogo?
—Diálogo es una palabra elevada. Y no por su pronunciación o significado. Sino por lo complicada que es llevarla a cabo en un país que generalmente habla por medio de la violencia o donde otros suelen hablar por ellos o donde de plano no quieren hablar. He aquí un factor para que exista un déficit de democracia.
—Uno ve en la televisión que invitan al diálogo pero da la impresión que aún estamos muy verdes para ello, que aún somos un tanto cavernícolas, un tanto arcaicos para hacer buen uso de dicho método y llegar a un cambio. Somos como alumnos de primaria a quienes la palabra nos hace preguntarnos "¿y ahora qué hacemos con esto?", se mira como supongo miró al fuego la primera persona que lo descubrió: con asombro pero a la vez con precaución.
—Pero lo peor es hacer mal uso de dicho instrumento. Primero se dialoga, después se actúa; no a la inversa. Por medio del intercambio verbal es como llega el cambio, al saber qué es lo que piensa la otra persona, qué es lo que requiere, qué es lo que siente, antes de siquiera echar manos a la obra; después esa obra se convierte en proceso que por lo regular está más plagado de daños que beneficios. ¿Y por qué? Porque fue cosa de uno, no de dos; porque el diálogo se suprimió.
—Otra palabra altamente pronunciada en este país: proceso. Cada seis años lo encaramos y hasta hoy de esos procesos no he visto ningún beneficio. De igual forma pasa en el fútbol, liga o selección, donde proceso es la palabra en cuestión, la palabra a la que se le invierte todo, pero resulta dando nada o muy poco. Y lo peor de todo es que la mayoría de esos proyectos no llega ni siquiera a la o; apenas vas por la erre y ya acabaron.
—Si nos ponemos a enumerar las innumerables problemáticas de este país, nos llevaría innumerables hojas, innumerables horas e igual estaríamos en el mismo lugar. Por eso la temática suele ser un deja vu porque siempre da la sensación de que ya habíamos hablado de eso. Mejor dime, ¿qué dice la psicología?
—Pues nada, que el otro día estaba en sesión y un paciente me insultó.
—¿Y qué hiciste?
—Me metí a clases de box. Uno también tiene derecho a descargar sus pulsiones.
—Y a guardar silencio y a un abogado.
—Seguro. ¿Puedes creer que en este circo de nosotros depende la prudencia? Al final somos la misma persona aunque en un sentido más estricto, no.
—Lo mismo pasa con los policías, por ejemplo. De ellos se espera que se aplique la ley, que sean ejemplo, pero en ocasiones suelen resultar de la misma hechura que los criminales realizando homicidios o actos de corrupción.
—La única gran diferencia es que el psicólogo no tiene tal importancia en la sociedad. Nosotros somos más actores secundarios que protagonistas. De nosotros se espera que lo de arriba funcione de maravilla mientras lo demás alrededor es una pesadilla.
—Por lo pronto, invierte todas esas pulsiones en el saco porque mientras no tengan los psicólogos leyes que los protejan de un "derechazo en defensa propia", llevas las de perder.
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