Era una toalla colgada de un mecate. La dejaron ahí para secarse. Pero un día la tormenta llegó y arrasó con ella. La toalla se estremecía de aquí a allá sin poder hacer nada. Los vientos eran mayores que su voluntad férrea. Al día siguiente, la toalla estaba parcialmente ennegrecida. La tierra se fundía con el agua. Días después, cuando el viento volvió, la toalla eventualmente cayó, se fundió con la tierra humedecida, prestamista de su color. En la actualidad, aún se puede ver aquella toalla, endurecida por el lodo, con la apariencia de una piedra, esperando a ser salvada pues se ha convertido en algo que no era. Esa toalla era el amor.
viernes, 2 de junio de 2017
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