¿Quién soy yo? Eso no importa. Lo importante es la afronta ante lo errático, como me apodaron mis detractores después de haber fallado más que Palermo y Pilatos en el mismo acto. Desde tiempos de mis abuelos la ansiedad ha sido mía. Soy atracción de mi propio safari. Soy el león que al fondo contempla; soy el peón en el tablero sobre la mesa. Unas cervezas no caerían nada mal en esta árida estepa. Soy Pípila de mi legado: la ambición del árabe, la altivez del británico, la tarabilla del veracruzano y el monoteísmo de un puerto acechado por lo infame. El trópico... ese lugar donde el sol calienta hasta el nous y donde el frío es más ausencia de acción. Home sweet home.
¿Por qué escribo? Porque es la mejor manera de convivir conmigo. A veces soy Nietzsche y grito Dios a muerto, otras veces soy Jesucristo y resucito al tercer día de muerto. Autista de tiempo incompleto, me dedico a unir vocales y consonantes como quien aún cree en el matrimonio de tiempo completo. Soy el hombre que llega a la panadería a las 4:50 cuando abren a las 5:00; diez minutos son la diferencia entre un obsesivo-compulsivo y un limítrofe empedernido. El amor es una piedra en el camino en esta ciudad. Algunos tropiezan, otros se hacen notar. "Lo importante es saber llegar" dice aquella canción que quién sabe cómo llegó a mi auricular. Y mientras mis vecinas ríen y acaban por llorar, yo me dedico a psicoanalizar a Lacan con su imago especular.
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