¿Ausencia física, es ausencia en realidad? "Dios está en todas partes" dice Doña Ana, viuda y madre olvidada, al salir de la iglesia a la que con fervor va cada domingo. Siempre he pensado en esa expresión. Más nunca he entendido por qué no es lo mismo en los seres vivos, con las personas que deambulan plazas, casas o carcasas. Recuerdo que cuando mi padre se iba a trabajar, mi madre sentía una ausencia, un vacío existencial. La formula (mi madre era toda una Pitágoras en cuestión de emociones) era simple: al no tenerte la nada está presente. No comprendí lo equivoca de su formula hasta ahora. "Dios existe porque está en nosotros" continua Doña Ana, al tiempo que me pregunto si mi padre existía en la mente de mi madre.
El tiempo es un canalla. Qué rápido se oscurecen las calles cuando la nada deambula con desparpajo. Una niña levanta el brazo tratando de asir algo, una pareja se funde en lo incógnito y una sirena de fondo recuerda al peatón que alguna vez fue paranoico. A lo lejos, Doña Ana parte a paso lento, no sin antes haberme dejado la última de las moralejas: "Dios está contigo", dice, al tiempo que sonríe como quien sabe ha hecho algo bueno con su palabra. Yo me quedé todavía un momento más en la banca a mis espaldas, en una especia de oda al pensador, vagando por mi mente y preguntando: ¿cómo es posible que el tiempo avance sin siquiera dejar un mensaje en la puerta?
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