La gente llegaba y se sentaba y ordenaba el mismo trago una y otra vez. Era un lixir adictivo, seductor, sugestivo, supresor de todo pudor, introversión o castidad, una bebida económica, al alcance del bolsillo, que generaba un placer sin igual, capaz de ver elefantes rosas y alguna que otra damisela hermosa, un brebaje capaz de alterar la realidad, la percepción personal, de tal atractivo para la juventud, medietud y senectud actual, que podía ser adquirido por yardas, jarras, cubetas, shots, tarros o vasos, en cualquier medida que solventara ese vacío personal, o que diera resquicio de esperanza, o de experiencia hedonista; una bebida que a mas de uno generaba adicción, descontrol, desazón pero que era tan primordial para esta vida tan nuestra, comercial y violenta, efímera y fugaz, que era casi obligación su presencia en cualquier menú. Cuando me acerqué al cantinero y pregunte cuál era dicha bebida de tanto apego y apogeo, este respondió: internet; bebida inofensiva a primera vista, comparada con cualquier arma blanca o de asalto, pero igual de dañina y perjudicial como el mas profundo navajazo o plomazo. La diferencia es que la vida acá no se pierde sino que se extingue lentamente.
viernes, 17 de agosto de 2018
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