Esquizofrénico. Limítrofe. Maníaco-Depresivo. Obsesivo Compulsivo. Sí, hoy fui a la tienda y me traje algunos trastornos conmigo. Bueno, yo no los compré todos. La mayoría son obras de caridad de la gente. Pues como se sabe, el altruismo es una tradición incipiente; antes simplemente te llamaban loco, hoy, tienen la amabilidad de nombrarte acorde al tipo de trastorno. Y hoy, yo tengo tantos nombres como la luna ciclos. La ciudad ha cambiado mucho desde que alguien pronunció la palabra libertad. Desde entonces, la gente deja las puertas y ventanas abiertas, los coches son estacionados sin seguro, los policías y las cámaras de vigilancia han desaparecido, los semáforos son la mayor causa de epilepsia, la gente entra y sale de los tiendas sin la preocupación de ser revisadas sus mochilas, cangureras y demás accesorios colgando pero quizá la ausencia más notable en la ciudad desde la inclusión de dicha palabra ha sido la desaparición de los modales: ya nadie pide permiso para hablar, para sentarse, para pasar, pues la libertad implica que no hay obstáculos que impidan la realización de un acto.
Yo compre unas esposas en el supermercado. Así que cada tarde, de los últimos 3 días, inmovilizo mis manos solo y camino a lo largo y ancho de la ciudad. Soy como un barco varado: no soy yo quien se mueve sino el oleaje de la gente al caminar. "¿A dónde he llegado?", es la pregunta más habitual. Pero a donde sea que haya llegado no hay nadie que atienda el llamado. La libertad es la fascinación de hoy. La libertad es lo que la gente llama el destino. Así que, en realidad, no hay puerto o costa a la cual llegar. Mi barco se contonea entre las pulsaciones de este gran océano sin la menor esperanza de que vaya algún día a menguar. La libertad es una maldición. No, la libertad es una ficción. La libertad, al igual que el tiempo, nos pertenece solo simbólicamente. La libertad es una aspiración que continua siendo buscada impetuosamente.
¡Ah! Paranoia, casi lo olvidaba.
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