Para mi, la labor de una figura parental no es solo la de enseñar a su hijo cómo comportarse ante el mundo mostrando la mejor de sus caras (no robarás, no mentirás) sino también mostrando que su figura es igual de mundana, tan propensa al error y al acierto como su educando. En pocas palabras, una figura parental no solo debe ser la luz que ilumine y guíe el camino sino también la oscuridad que nos muestre cuan vulnerables somos: el paquete completo (gracias por ser todo: lo que quiero y no quiero ser).
Muchos padres suelen ser bastante limitantes en el sentido de lo representativo del hombre y suelen únicamente mostrar un lado: el lado positivo de las cosas, el rostro afable, la palabra adecuada, el acto correcto ante ciertas circunstancias de la vida pero, cuando ese padre "hace algo malo", cayendo en una contradicción, cayendo en ese abismo propio del hombre, es ahí cuando se cubre de arena y prefiere morir enterrado bajo su propio malestar en vez de transmitirlo a su vástago quien, al fin de cuentas, observa y aprende, toma como referencia a la figura parental e imita y repite lo que este hace; por ende, el ejemplo de no mostrar ese lado oscuro tan propio del hombre —parte de nuestra definición esencial—, ese que nos hace tan frágiles, no hace más que presentar un ejemplo erróneo, un ejemplo que comunica vergüenza o culpabilidad ante dicha vulnerabilidad y que muchas veces se esconde por temor a que ese aprendiz de la vida caiga en los mismos pasos. Pero se pierde más no comunicándolo.
Una figura parental no es solo aquella que te dice, con signos de exclamación y todo, que "mentir es malo", sino también la que te dice "he mentido" y expone su caso; es aquella que de los momentos de apremio, de los momentos más sombríos y de incertidumbre personal, saca una enseñanza vital para el desarrollo de su educando; es aquella que ofrece el paquete completo sin mayor reparo, la totalidad de los polos del ser humano. Porque, de qué otra voz sino de la propia figura parental se quiere conocer el mundo, se quiere conocer sus texturas, sus sensaciones; de quien más sino de alguien que ya ha estado ahí y que comparte su experiencia como quien comparte la enseñanza propinada en un salón de clase.
Ser padre no solo abarca lo relativo a lo económico, a la manutención del hijo, a que este no muera de hambre, a que tenga un techo en el cual vivir, a que tenga qué vestir o dónde estudiar, abarca también, y a gran escala, la labor humana en su totalidad transmitida o traducida por estos. Esa criatura concebida merece conocer la complejidad total del espectro humano: desde aquella que nos hace angelicales y diligentes, al servicio del prójimo hasta ese lado demoníaco y egoísta, al servicio narcisista de sus propias necesidades. Enseñarles que somos tanto la guerra como la paz, enseñarles que somos tanto la esperanza como la decepción, enseñarles todo el panorama completo; ya que, en un futuro no muy lejano ellos estarán en el mismo lugar de sus maestros y probablemente se pregunten cómo es que no enseñaron todo esto.
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