"This is not the sound of a new man or a crispy realization. It's the sound of the unlocking and the lift away. Your love will be safe with me."

martes, 3 de mayo de 2016

6:30

Yo no hablo del bien y el mal porque tales términos me parecen incorrectos e insuficientes al no abarcar la totalidad de la conducta realizada; me parecen más bien palabras clasificatorias como bonito o feo, divertido o aburrido, que hacen de nuestras vidas más sencillas a la hora de dirigirnos a alguien o a algo pero que siempre se quedan a medias y se prestan a ambigüedades. Mas en un tema tan sensible e importante como lo es la religión, sus actos y la posibilidad de que éstos nos habrán las puertas del cielo o nos refundan en lo más profundo del averno toman una importancia no tan superflua y coloquial sino mucho más detallada y extensa.

Definitivamente una persona no es "mala" sino cumple con la palabra de Dios pero sí pone en predicamentos de qué está hecha esa creencia o fe que al primer hervor humano se abandona acabándose por arrojar a esa montaña rusa que son los sentimientos humanos de la cual acabamos bajándonos mareados, agitados e incluso golpeados por tan contundente impacto y sacudida. Una atracción que más que causar diversión causa serías perdidas y heridas.

Si una misión tiene la religión, aparte de la de ofrecer la salvación y hacernos sentir menos damnificados en este mundo, es la de permitir a la persona trazar una línea entre lo humano y su creencia, entre su cualidad de ser humano, y por ende animalesco, y su cualidad de creyente de la palabra de Dios y toda la moral y buenas costumbres que con ello corresponde; permite ser una persona diferente a la que solemos ser y que odiamos —porque la gente se arrepiente de sus pecados muchos de ellos tan mundanos como la mentira— pero que, al parecer, nos resulta imposible deslindarnos debido a la fuerza de nuestra viciada y corrompida condición humana o —elija usted— a la fragilidad de la creencia religiosa que por lo regular acaba sucumbiendo en los momentos de mayor turbulencia interna.

En términos mundanos, la venganza es mala. En términos religiosos, lo es también. Pero se pregunta aquel que siente, ¿qué hacer con todo este sentimiento de querer ver caer a quien me hizo sufrir? ¿Qué hacer con un sentimiento que exige una deuda se salde, un precio se pague? La religión habla de no caer en la tentación, ceder el paso a tan impetuosa demanda, pero la condición humana clama porque la ofensa no quede en la nada o relegada a las llanuras del olvido, el humano exige el despojo de su dolor por el dolor del otro. Una especie de lucha romana, en este gran coliseo llamado tierra, donde no se cederá hasta ver perecer al otro y verificar, por ende, que ha perdido la batalla. La sangre demanda más sangre.

¿Es ese el mensaje que la religión quiere mandar? No. Es ese el mensaje de la naturaleza humana y que muchos no sabemos domesticar por mucho que nos lastimemos con nuestras propias pezuñas o por mucho que nos congreguemos y recemos. Pero que quede muy claro: la religión no cambia al hombre, solo procura su mansificación a propósito de lo animalesco, le da una razón de creer, un refugio en las noches más oscuras, un apoyo en los momentos más solitarios, un acompañante invisible que nos sigue a todos lados y que nos hace sentir menos solos y diminutos dentro de un entorno del cual no tenemos control.

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