Mi tiempo se mide en el chorro de agua que cae y llena el termo, un tsunami que parece eterno, una cascada de ansiedad y espera. Algunos me dicen que es mejor la arena como medida del tiempo pero el miedo a morir sepultado antes de tiempo es superior. Entonces me hablan del sol. De como su movimiento delata el paso del tiempo. Me hablan de la sombra que se mueve con él y de la oscuridad que persigue y a mi cabeza saltan todas esas formas que en las noches se forman y que parecen tener vida propia; y al tiempo que el recuerdo me embarga me pregunto si el tiempo no vendrá de aquel lugar sin vida y sombrío donde la luz proyecta sus creaciones.
Un hombre moderno se ríe de mi y me dice que no crea en maquilaciones, me dice que compre un reloj si lo que quiero es saber el tiempo pero me advierte que tenga cuidado en caso de querer deshacerme de este; me dice que su cuerpo no es como el suyo o el mio que se descompone con el andar de los días sino que el tiempo flota y flota sin mayor estrago o señal de agravio causado en él; es un fantasma, me dice, que transcurre su estancia sin presencia que dé validez de él pero que impacta en nuestras vidas con la misma trascendencia que una persona viva. Algunos dicen haberlo visto por el pasillo, detrás de una ventana o incluso aseguraban haber hablado con él pero siempre acababan viéndose a sí mismos demacrados y viejos, consumidos por el delito del tiempo.
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