El tiempo... ese momento infinito, caduco y que en tiempos primaverescos se nos va en sudar. "La función del viento es la de hacer frescas las mañanas y fungir de heraldo entre un tiempo que promete llegar", escribe un tío mío en una de sus tantas proezas por querer alcanzar la omnipresencia. "Pero qué lugar puedo alcanzar en esta ciudad que vive de miedo. Un miedo tan estridente como el odio latente" continua, dejando un silencio como desenlace final. Bien decía un maestro mío: no dejes nunca que los miedos se te vayan de las manos. Y en mis manos solo hay líneas que conducen a un vacío un tanto lúgubre. ¿Hay qué leer en el café? ¿Hay un Everest debajo de toda timidez? ¿Hay por qué creer cuando la vida te da revés tras revés? Y así, voy formulando un cuestionario que traducido al inglés se llamaría: existentialism is not dead.
Hay algo en este silencio que me parece acogedor. Lo mejor del silencio es lo que le precede. A veces es un te quiero a escondidas, otras tantas es un beso de buenos días; unas más, es la sátira política de mi vecino neandertal. Lo peor de escuchar lo que no se sabe es que no se disfruta lo que se desconoce. Como quien cree que el fútbol es sólo un balón y once hombres; como quien cree que la oración es el alimento del hombre. "Échense un padre nuestro y ya en el suelo le siguen con el Corán" bromeaba mi maestro de epistemología cuando se le preguntaba sobre orar y demás actos de domingo. "Orar es un acto de egoísmo. Es un acto catártico. Letanía sin pies ni brazos." concluía de manera un tanto arrogante pero siempre lapidante. ¿Qué era lo mejor de sus clases? Que olvidábamos nuestros nombres por un instante.
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