Y a todo esto, ¿quién realmente triunfa en la vida? Nadie. Por eso nos parece injusta, dramática e irremediable. Siempre he dicho que para triunfar en esta ciudad hay que llegar tarde. "El último minuto también tiene 60 segundos", "no hay que llegar primero sino hay que saber llegar"; mantras que promueven el entusiasmo cual campaña política en pleno rapto social. Lo importante no es creerlo es saber qué hacer una vez que se repite. Unos sólo sonríen como esperando que todo termine en cortes manoseo; otros hacen de ello un mausoleo en plena tierra de fuego. En el suelo hay una carcasa de algún gorrión que murió de negligencia al volante, algunos lo pisan en acto de bondad y linaje, otros se limitan a observar lo que el prójimo hace; souvenir de lo infame y efeméride de terrores consonantes.
¿Alguna vez han visto al cielo sin despegar los pies del suelo? Parece ser que los sueños son agujeros negros en el firmamento que absorben suspiros, delirios o cualquier alma que penda de un hilo. La adversidad es una cena gratuita en el mejor restaurant de la ciudad que acabamos canjeando por una pizza y una cerveza en la nevera. Toda regla tiene su excepción pero aquí un canard à l'orange es lo mismo que una sopa dando vueltas en el microondas; ni todo lo que brilla es oro, ni todo oro brilla como en las joyerías. El arte del engaño es el arte de quien vende estaño a precio de cristal cortado. Pero aquí la mentira es el saldo de un lenguaje mal empleado; aquí los eufemismos suenan como atentado. La vida es muy acalorada como para desaprovechar un lugar bajo la sombra. Los ancianos invaden sus formas y los niños corren como si la vida se tratara de otra cosa.
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