Por el aire vuela una moneda de diez. Su dorado color me deslumbra mientras la veo caer. En el suelo, entre un te amo Raquel y una huella sin consuelo, da un par de piruetas como bailarina de ballet. Su energía va cesando al tiempo que va aumentando el hedor de las alcantarillas; un olor que emerge como si alguien la anduviera cagando muy frecuentemente. Y mientras muere sobre el asfalto, va dejando espirales como relieves, hasta que, como Julieta en pleno acto dramático, se detiene. Un águila yace de perfil. En algún lugar de este aciago confín alguien se queja que no fue su día; Quetzalcóatl ha ganado la partida. "Todo mundo cree tener suerte hasta que compra un boleto de lotería y se percata de que no es el único que apostó por el siete o el trébol de la suerte", divaga un hombre con la mirada clavada en el puesto de billetes. No cabe duda que hay quienes jamás olvidan que la fortuna es un invento de Einstein para subir y bajar.
"Un círculo es un cuadrado perfecto", sentencia un individuo algo descontento por el vino selecto que ha comprado. A veces la vida es lo que nunca pasa pero siempre habíamos deseado. "¡Es una trampa!", diría aquel líder del hampa a quien le pillaron con las manos en las nalgas. A lo lejos, un globo se eleva como si el helio fuera la cura a todos los problemas; en tierra, una damisela se consuela entre Ginebra y medias de seda. Ya lo dice aquel dicho mal dicho: más vale dolo acompañado que cientos volando. En la esquina un perro ladra; señal de que algo no anda. El silencio es el sol de esta noche. Una loza pesada para quien hace de la quietud su almohada. En el edificio de enfrente una luz se enciende. Alguien ha perdido el sueño de repente o ha recordado que no bajó la palanca del retrete. Una luz pasa a velocidad de repartidor de pizza en pleno bulevar. Yo pido un deseo; no sea que se me vaya lo que quizá nunca llegará.
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