¿Qué pasa en México? En Veracruz, secuestran menores de edad para violarlas y/o asesinarlas; en Guerrero, secuestran normalistas para acallar la voz del pueblo; en Michoacán como en el Estado de México, se presentan ejecuciones con todo el derecho y luz verde por parte del gobierno; en Chihuahua, menores de edad secuestran y matan a otro menor de edad; en Guadalajara y otras zonas de la república, un Cartel, llamado Jalisco Nueva Generación, toma posesión derrumbando helicópteros y propagando el miedo entre los ciudadanos (por cierto, no es dato menor, que este cartel haya sido catalogado como uno de los más poderosos en la historia del país).
Todas estas noticias son alarmantes. Encienden los focos rojos en un país que hace mucho empezó una guerra contra el narcotráfico en la cual continua sumergido con un saldo totalmente desfavorable. Miles de muertos son la sombra de este país. Son la evidencia de que las cosas se han hecho mal. De que hemos elegido el camino incorrecto.
La pregunta de un inicio es la que se haría cualquier persona preocupada por su entorno, por el modo en que giran las piezas, por la manera en que la violencia se desborda y parece interminable, un vía crusis que pinta para largo. ¿Por qué tanta violencia? Bueno, uno cosecha lo que siembra. Y si se siembra muerte, terror, dolor, seguramente se obtendrá lo mismo. Todo esto, me hizo recordar una materia que no llevé en mi carrera de psicología pero que siempre llamó poderosamente mi atención: Terapia Familiar. De lo que trata esta terapia, es ver cómo funciona un todo en relación con cada una de sus partes particulares. En pocas palabras: le interesa ver cómo un eslabón de esa cadena, que es la familia, repercute de igual manera sobre los demás.
Dentro de esta terapia, hay una enfoque llamado sistémico que, como su nombre lo dice, ve al todo y no sus partes (algo así como el motor de un automóvil o el CPU de una computadora). De aquí es donde me voy a agarrar para hacer el siguiente ejercicio que involucra, claro está, la situación actual del país.
Esta familia llamada México está conforma por tres miembros: Mamá, Papá e Hijo. El primero, vendría siendo nuestro gobierno; el segundo, los narcotraficantes y, el tercero, la ciudadanía, la sociedad civil. Mamá y Papá tienen problemas. Pelean todo el tiempo. Discuten constantemente tanto que llegan a los golpes. Se han llegado a herir gravemente tras semejantes disputas. Mientras tanto, el hijo, ya no tan pequeño, por cierto, pero aún lo suficientemente inmaduro, va contagiándose de esa dinámica enfermiza, va presentando síntomas que anteriormente no había presentado, se convierte, pues, en el chivo expiatorio. Se convierte en algo parecido a un cesto de basura: en donde recae toda la porquería de los otros dos miembros. Así, ese personaje, se vuelve víctima de una guerra que no le pertenece.
¿Qué síntomas presenta este hijo de la guerra? El más importante, para mi, es el incremento en la violencia. Cuando se vive en un ambiente tan violento es obvio que dicha violencia permee en la persona y, una vez en esta, se vaya esparciendo a otras; en un efecto similar al de un virus. De repente, ya no tenemos un evento aislado de violencia entre Papá y Mamá si no que incluso suele ser entre Papá-Hijo o Mamá-Hijo o Hijo-y-otros-miembros-ajenos-a-su-entorno (por ejemplo, la escuela o el parque). El problema, de pasar a ser del tamaño de un chícharo se ha vuelto de dimensiones mayúsculas.
Y así, es como vemos que cada vez el daño aumenta y no necesariamente resultado de esa confrontación entre Estado y Narcotráfico (que, por cierto, también suelen formar alianzas entre ellos para perjudicar al chamaco; no siempre se la pasan agarrados del chongo). Cada vez más nos matamos entre nosotros mismos. Cada vez más nos violentamos los unos a los otros. Cada vez más nos perjudicamos. Cada vez más este espiral de violencia se vuelve una normalidad y he ahí el verdadero peligro. Cuando algo se vuelve cotidiano y habitual, algo del día a día, nos desensibilizamos, nos volvemos, ya sea, indiferentes al entorno o nos contagiamos de él.
En México, la violencia es tan común que hasta se canta. ¡Fierro, pariente!
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