La lluvia era lo que se llamaba diluvio;
los arboles escurrían nidos que pichones
había cobijado y el cause del río crecía
en salvaje dominio.
A lo lejos, un frondoso rascacielos de humo
ascendía entre cielos vírgenes, pronto, aquel
azul se tornó grisáceo y aquella sensación de
bienestar en creciente arritmia.
Un codorniz piaba en soledad, en su tono
parecía demostrar aflicción, dolor; al tiempo
que sus alas se mecían inconsolables.
"Hablaban del destino. De un ser escondido
debajo de aquel montón de árboles. Temían tanto
que acabaron por derribarlos y quemarlos para
no acabar penando." Decía un segundo codorniz
con mirada compungida.
Más calmada, la codorniz dijo: "Espero encuentren
lo que busquen aunque no hallen nada." Precisó
dejando escapar su resignación; resignación que
arañaba sus entrañas y desvanecía la esperanza
de una nueva generación.
Pasivo, no pude evitar llorar, sollozar, ¡gritar!
Mis dedos se constreñían, mi puño ardía; mi coraje
era tan grande como aquel que debate su vida
entre el sofocante encierro y el lóbrego infierno
de lo incierto.
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