"This is not the sound of a new man or a crispy realization. It's the sound of the unlocking and the lift away. Your love will be safe with me."

lunes, 10 de abril de 2017

Afasia

Afasia es un pueblo pequeño, de tan solo 10 casas y 20 habitantes, austero, vacío la mayor parte del tiempo, adulto, casi viejo, sumergido en su silencio interno y en la calma terrenal que desde la llegada de una pistola fue corrompido desde adentro.

Era un día nublado, presagio, quizás, de lo que vendría, cuando aquel señor barbado, desaliñado, dejo caer a la entrada de mi casa dicho instrumento extraño, desconocido hasta aquel momento. La curiosidad por mi corrió mientras que una maldición a lo lejos se oyó: "nada es igual cuando en tus manos se posa". La voz de a poco se fue perdiendo pero aquella oración y su estruendo perduró en mi por mucho tiempo.

En mis manos, aquel objeto sobresalía por sí mismo. Era de un color plateado como el metal mismo. Brilloso. El sol, que entre nube y nube se asomaba, se reflejaba sobre ella, dejando encandilada mi vista; un punto negro se posaba en la frente del único vecino allí presente, cuyo rostro permanecía impávido. "Al parecer, hoy es un buen día para recibir regalos", pronunció, al tiempo que seguía su camino hacía su casa.

Lo siguiente fue llevar la pistola a la mesa redonda, justo en el medio del pueblo, donde el destino de las cosas se decidía. Los habitantes de a poco se fueron acercando, congregando, algunos sorprendidos, otros entusiasmados por el nuevo objeto arribado. Pero solo uno abrió la boca y señaló al objeto por su nombre; a partir de ese momento supimos lo que era más no lo que vendría. "Eso era lo que llamaban arma", dijo el inquilino senil de Afasia al tiempo que concluía "y nadie salia vivo de ella".

El pueblo decidió que el arma en esa mesa se quedaría y que solo bajo circunstancias especificas se tomaría, el arma era un medio para lograr algo, como una pala, pero incluso los objetos más insignificantes podían causar estragos en nuestro suelo. Quien tomara el arma debía de saber de la responsabilidad entre sus dedos. No solo lo afectaría a él sino a quienes se encontraban entre él.

Cuando 15 días se cumplieron desde que el arma llegó aquí, un día sin que nadie lo pudiera prevenir, el arma no estaba más en la mesa. Lagg apuntaba el arma a Clem mientras profería "nunca más volverás a poner un pie en mi casa". El rostro de Lagg se mostraba árido e inexpresivo en contraste con el rostro sudado y preocupado de Clem. El miedo y el enojo se encontraban frente a frente y fue, precisamente, la frente de Clem, quien salpicó el suelo verde de ese liquido rojo.

Nadie lo podía creer. El cuerpo sin vida de Clem yacía allí enfrente de una audiencia sorprendida, despojado, recostado en una alfombra verde mientras la sangre segupia su cauce hacía un nido de hormigas. Analogía de quien es superado ante una circunstancia que le supera inmensamente. No hay manera de que la palabra tragedia se evadiera tanto aquí como allá.

Meses después de la muerte de Clem y el exilio de Lagg, pues su casa se infestó de hormigas que no dejaban de picotearlo día tras día, en respuesta a la perdida de su hogar, tomando su casa como locación para su nuevo hormiguero, uno donde se dejaba ver la chimenea entre tanta tierra. Era de noche y contaba luciernagas en el cielo cuando, una sombre en la distancia se acercó a la mesa, la ausencia de luz era el camuflage ideal para cualquier animal y humano.

La pistola se alzó de la mesa y se balanceó a la par de la silueta que despues de unos metros se detuvo en la casa de Elle, al tiempo que se adentraba a ella, dejando la puerta abierta asomando la luz de una vela, quieta, postrada en el fondo. Un silencio continuó a la secuencia dejando como único sonido la entonación de un grillo que añadia suspenso a una noche de por sí misteriosa; de pronto, una detonación se escuchó, iluminando brevemente su interior, dejando ver una cabellera larga y una nariz pequeña y chata; era Elle.

Algunas velas surgieron aquí y allá, congregándose a las afueras, estremecidos por aquella detonación sorpresa. Minutos después, un ruido prolongado y constante se escuchó, era Elle arrastrando a su esposo Pe, dejando una estela de sangre en el interior que la luz de la vela dejaba ver. Elle camino y camino, ignorando a los presentes, hasta perderse en aquel oscuro horizonte pronunciando únicamente: "eres mío y de nadie más". Desde esa noche, nunca más se supo de Elle, ni del cuerpo de Pe, ni de Tina, que entre lágrimas y sollozos, dejó su casa esa misma noche.

Un mes después de tan trágico evento, el pueblo se preparaba para recibir a su coronado, el miembro más valioso de la comunidad cuyo esfuerzo y dedicación constante es redituado. La persona en cuestión era Ro quien había vencido a Zu el viernes pasado tras haber deliberado que aun y cuando la simpatía era importante, la autoridad lo era más; pues cualquiera puede llevarse bien con cualquiera mas no cualquiera puede liderear a alguien. Aunque las objeciones no se hicieron esperar, aquella era una comunidad democratica.

Ro y Zu subieron al estrado, decorado con los colores de la comunidad, verde y morado, y con la bandera de aquel viejo faisán devorando un mango ondeando en lo más alto. Ambos tomaron sus respectivos lugares y Ro se levanto para ser coronado; con la alegría en el rostro y listo para decir algo, una detonación prorrumpió a sus espaldas, dejando a su cuerpo sin vida en una caída libre de la cual no se levantaría jamás. Unos se llevaban las manos a la cabeza, otros lloraban desconsoladamente pero nadie recordaba ya que aquel día, era el día para celebrar el triunfo de la democracia.

Aún en el shock del impacto de la pistola, Zu gritó y el pueblo volteó al estrado, la pistola estaba en su cabeza; ella era ahora la victima de su propio atentado. Un silencio se posó de la nada, nadie lloraba, nadie susurraba nada, toda atención estaba en aquel momento urgente. Pero nada podíamos hacer, aquel dedo indice estaba destinado con un propósito, la siguiente bala se reservaba para ella. El martillo cayó y con él no solo el cuerpo de ella sino también nuestra esperanza, la esperanza de que se puede llegar a ser mejores.

Son las 12:00 de la noche y escribo esto en silencio, aislado en mi cuarto, con un poco de luz como testigo y con la pistola a un costado de la mesa, pues la última bala es para mi. Este pueblo no fue el mismo desde que esa arma llegó aquí y me siento responsable por ello. No es que mi muerte solucione algo pero al menos quitara ese gran peso sobre mi. Si algún día alguien lee esto, no se deshagan del arma solo denle el uso correcto.

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