Si hay dos cosas que me parecen esenciales para sobrevivir a este mundo cada día más caótico y abrumador son el tiempo y la privacidad. Pero en la actualidad, tal parece que tales conceptos no son del interés de muchos, no tanto como, por ejemplo, conocer el más reciente chisme del artista famoso o la más reciente noticia del vecino o del primo de un amigo, en pocas palabras, estar al pendiente de la vida de los demás, estar al pendiente de lo que sucede en otras lejanas y ajenas latitudes.
Si un hallazgo nos ha dejado el internet, no es solo su capacidad de ser la capital del mundo, el gran mercado mundial, donde la gente convive, se encuentra, así como intercambia información y prendas, sino también nos ha hecho descubrir cuánto tiempo libre tenemos y el predominante mal uso que hacemos de él así como qué tan al alcance están las vidas de otros; todo, a un clic de distancia.
Así que el tiempo, por lo regular, es un constante funeral: día tras día lo hayamos muerto así que con frecuencia funerales son celebrados; funerales donde, aparte del tiempo, se nos va también un tanto de vida. Y la privacidad, por el otro lado, es una habitación sin puertas ni ventanas, un corredor de museo donde la gente ve, comparte y comenta el evento del cual son audiencia. Tal combinación, nos hace cada vez más vulnerables, nos hace cada día más diminutos, nos hace cada día más indefensos en un medio en el cual no tenemos control y donde las variables suelen ser personas como nosotros, igual de erráticas y volubles.
El ascetismo es una costumbre del pasado. Ya nadie se aleja de la sociedad para encontrar ese tiempo y privacidad necesaria para llegar a una mejor comunión con su persona (en la actualidad, más bien, se decanta hacia el hedonismo). Lo que la gente hoy hace es simplemente alejarse de la tecnología pues hasta donde se sabe es la nueva agora, es el nuevo punto de reunión donde la gente convive y comparte, donde las nuevas y viejas interacciones se dan, donde desarrollamos nuestra cotidianidad y al igual que en la vida real nos encontramos abstraídos en nosotros mismos.
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