Nada más que la noche pase,
allá donde el amor enciende sus velas,
ire a regalarte estas rosas,
las mismas que te hacen ver tan bella.
Eres lo que los poetas llaman:
alma que ronda entre mis letras.
Así escribía aquella airosa tarde de invierno, ideal para nacer y un buen café negro. El cielo despejado hacía de esta ciudad una sucursal de la Atlantida, sumergida bajo un pletórico azul. Conmovida hasta las lagrimas, una señora, era recibida de nuevo en casa; nada como ser dada de alta. "Los hospitales son hoteles de paso. Nadie que celebre la vida ha pasado sus mejores momentos allí", decía un difunto tío mío días antes de morir por una sobredosis de penicilina. No cabe duda que la medicina moderna ha solventado muchos males pero aún no ha explicado por qué la muerte es eterna. Y mientras tanto en mi cabeza, me pregunto y me respondo a falta de más personas alrededor de esta mesa; ¿Existe algo mejor que la vida? Sí, el recuerdo. La metástasis del tiempo.
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