La nostalgia es una resbaladilla vacía y un columpio que ni el aire mece; y en esta tarde de domingo, su aura está presente entre nosotros. "Esto es un funeral y en cualquier momento sera la incineración", comenta un hombre recargado a un poste al tiempo que el semáforo en verde cobra su primera infracción: alguien ha creído que su aparición es señal de fortuna y ha pisado el acelerador. "La velocidad es lo que tiene a esta ciudad jodida", comenta un padre de familia cuyo hijo ha sido expulsado por ser más trucha que su profesor de geografía. Mientras tanto, en el interior de un callejón, repleto de propaganda política y pornografía explícita, una mujer llora sobre un pedazo de cartón para no ensuciar su vestido Louis Vuitton. No cabe duda que los sentimientos siempre salen pero hay manchas que no se quitan.
Un hombre, bajo un inclemente sol y un semblante como recién salido del Rubicón, apunta al cielo como reinventando en pleno siglo XXI el método cartesiano. Su compañero a un lado lo mira con atención con una que otra muestra de escapismo en su mirada. "Estamos sumergidos en una fiesta de ególatras y es un requisito para el acceso que cada quien cargue con su espejo", sentencia el hombre de las manos levantadas, al tiempo que a lo lejos un policía es atropellado por una mujer que se miraba por el retrovisor en un caso de belleza intrínseca. La noche llega por fin, y ante mi se posa una postal sin igual: un hombre le canta, con una guitarra un tanto desafinada, a una luciérnaga que describe su luz pasajera entre la nebulosa de aquel calmo lugar. "La inspiración es una moneda de intercambio", escribí entre mi mano sin vacilar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario