¿Por dónde empezar? ¿Por la impureza de tus actos mientras juras enajenado? ¿Por tu maldad tan natural y ancestral? ¿Por tu negligencia dionisiaca ante un mundo que te rinde plegaria total? No lo sé, quizá debería empezar por retroceder al tiempo donde el tiempo se volvió vano y superficial, miserable e incapaz.
Que tiempos eran aquellos que giraban de manera sana y no barrabas. Aún recuerdo cuando las damas eran damas y no mercancía de la vulgaridad, aún recuerdo cuando existían caballeros y no remedos de masculinidad. Aún recuerdo cuando la música era turbia y honesta, y no villancicos para una sociedad descompuesta. Eran aromas distintos, eran ritmos riquísimos, eran tiempos que bien valían la pena enmarcar.
Ahora me encuentro obsoleto en un mundo descarrilado por completo, que ha olvidado sus desventuras para disfrazarlas de felicidad, ha renunciado a la vida después de la muerte para elegir su inmortalidad. La tristeza me ahoga por haber tratado de caminar sobre el agua. Es mi culpa por intentar sanar su angustia y demostrarles que no toda luz es guía, que no existe paraíso en la corrupción de cada día. Tomaron mis palabras como blasfemia, tomaron mis manos para hacerme esclavo de ellas.
Aún me sigo preguntado si existe esperanza más allá de la anemia masiva en una sociedad tan anodina. Aún volteo al cielo y veo formas en sus nubes, veo pajaros surcando los robles; señal de que aún hay vida deslindada de toda hostilidad. La naturaleza una vez más me ha demostrado que es la cuna que hemos olvidado, que somos hijos de la madre tierra y no de una corporación que nos contempla como un subordinado más. La vida es cruel, sí, y en mucho lo es por lo que hemos dejado de hacer y no por las lágrimas que hemos visto caer.
Que tiempos eran aquellos que giraban de manera sana y no barrabas. Aún recuerdo cuando las damas eran damas y no mercancía de la vulgaridad, aún recuerdo cuando existían caballeros y no remedos de masculinidad. Aún recuerdo cuando la música era turbia y honesta, y no villancicos para una sociedad descompuesta. Eran aromas distintos, eran ritmos riquísimos, eran tiempos que bien valían la pena enmarcar.
Ahora me encuentro obsoleto en un mundo descarrilado por completo, que ha olvidado sus desventuras para disfrazarlas de felicidad, ha renunciado a la vida después de la muerte para elegir su inmortalidad. La tristeza me ahoga por haber tratado de caminar sobre el agua. Es mi culpa por intentar sanar su angustia y demostrarles que no toda luz es guía, que no existe paraíso en la corrupción de cada día. Tomaron mis palabras como blasfemia, tomaron mis manos para hacerme esclavo de ellas.
Aún me sigo preguntado si existe esperanza más allá de la anemia masiva en una sociedad tan anodina. Aún volteo al cielo y veo formas en sus nubes, veo pajaros surcando los robles; señal de que aún hay vida deslindada de toda hostilidad. La naturaleza una vez más me ha demostrado que es la cuna que hemos olvidado, que somos hijos de la madre tierra y no de una corporación que nos contempla como un subordinado más. La vida es cruel, sí, y en mucho lo es por lo que hemos dejado de hacer y no por las lágrimas que hemos visto caer.
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