Que daría por ver tu sonrisa esta tarde,
por hundirme en tus mejillas hasta que
tus labios me amparen. Pero en este
caótico velorio donde las almas se
dirigen al purgatorio y los llamas
ascienden con aplomo, me conformo
con ver tu mirada elevar, me conformo
con ver que aún tus pupilas resplandecen
al contacto del sol.
Mi voz se reusa a detonar, mi voz permanece
estancada, prisionera del miedo y la razón,
de la realidad y el terror, de la conformidad
y el acto. Porque la principal angustia en
esta vida, sí, vida, no es la muerte sino el
enigma del siguiente acto; el aroma del amor
dándote los buenos días o el hedor de la omisión
restregándote su pestilencia.
Pero no hagas caso de lo que digo, así como
no hago caso de tu velo, de esa patética cortina
que difumina tu belleza. Soy solamente un ser
anonadado, petrificado por el tesoro que he
descubierto, por las preciosas sensaciones con
las que he intimido, por el amor que he encontrado
y aún no he abrazado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario