"This is not the sound of a new man or a crispy realization. It's the sound of the unlocking and the lift away. Your love will be safe with me."

martes, 14 de julio de 2015

Lo era y lo sigue siendo

Se fugó "El Chapo". Y en México y todo el mundo hablan de él. De este personaje mandamás de uno de los cárteles más poderosos del mundo: El Cartel de Sinaloa. En su lugar natal, es visto con reverencia, con un aprecio parecido al de un Dios. Se le organizan misas y se le espera con los brazos abiertos en su natal Badiraguato. En otras partes del país, también se le estima, se le aprecia por ser un cabrón, alguien que hace su ley, que no tiene quien le mande —porque madre sí tiene—. Personaje que bien podría encajar en el estereotipo machista del mexicano (de ese hombre bragado que no le teme a nada ni a nadie) o bien del psicópata (inescrupuloso, frío, pero al mismo tiempo con la habilidad de ganarse a otros).

Pero más allá de esos dos perfiles en los que puede encajar, "El Chapo" es un producto del narcotráfico. Es el producto de una contracultura que lleva años pero que de ves en cuando se da el lujo de presentar a los ojos, oídos y demás sentidos personajes como este para no perder terreno, para no perder valía, para hacerse sentir en la cotidiana vida. Porque veámoslo así: Joaquín Guzmán Loera es temporal; el narcotráfico no. El negocio de las drogas continua y continuará con él o sin él presente porque su estructura basta y compleja está conformada por infinidad de piezas, por infinidad de actores, por infinidad de escenarios que hacen que su magnitud y valor permanezcan.

"El Chapo" es el hombre del momento, el hombre más buscado, el hombre que acapara columnas y portadas pero si lo vemos desde un punto de vista empresarial, es un producto más que se desvanecerá con el tiempo. Así como Nike o Adidas, por citar un par de marcas, lanzan productos para mantener su vigencia en el mercado y mantener la atención y las arcas llenas, así el mundo del narcotráfico lanza personajes que los mantienen en los escaparates, en las calles, en la televisión, en boca de todos; que hacen que su producto no únicamente sea conocido, sino también consumido.

Hoy es Joaquín Guzmán Loera, ayer fue Pablo Escobar; y así, los nombres vienen y van pero las estructuras permanecen. El negocio de las drogas sigue fluyendo y no decrece. Porque su éxito no se encuentra únicamente en las manos de un hombre, se encuentra en toda una organización que incluye de igual forma a quienes compran la droga —que va desde la persona en harapos hasta el empresario— y a quienes permiten su impune distribución. Cierto es que un buen CEO, jefe o quarterback hace más fáciles las cosas, hace que la organización y gestión fluyan con mayor facilidad pero al final, esos hombres y nombres, no siguen siendo más que productos, útiles, de un negocio más grande que ellos.

Hoy el narco —y el gobierno— disfrutan de este momento de reflectores hacía "El Chapo" para incrementar un poco más su ego. Para que no olvidemos que están ahí, latentes. Para difundir un poco más el miedo entre la ciudadanía; moneda inigualable para este tipo de gente. Miedo, que a su vez, es auspiciado también por las personas al mando del poder y su ineptitud para hacer frente a la situación mostrando total ausencia de autoridad, de ley, de Estado de Derecho, teniendo como bandera la complicidad hacía un grupo privilegiado que bien satisface intereses mutuos bajo el ya clásico: "hoy por ti, mañana por mi" en lo que sería, en voz de Enrique Iglesias, una experiencia casi religiosa.

México respira corrupción. Y al ritmo que vamos, la vida en Marte sería mejor.

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