En los últimos meses se han venido perpetrando una serie de delitos raciales en Estados Unidos que han acabado con la vida de varias personas afroamericanas. La mayoría de estas muertes, sino es que todas, han sido bajo el abuso del poder de las autoridades americanas (más específicamente, policías) que al sentirse con el poder que una placa o autoridad legal les da, han decidido actuar de manera atropellada.
Pero es sabido por todos, que el poder (cualquiera que éste sea) es una responsabilidad gigantesca. El simple hecho de tener el control remoto en las manos es poder, y en ocasiones no lo ejercemos bien; así, lo es también el portar una pistola. Ahora, si es difícil escoger entre qué canal ver, imaginen lo difícil que debe ser decidir entre disparar o bajar el arma. Aunque algunos tomen esa decisión con tal facilidad que pareciera un gaje del oficio, algo que era una obligación hacer. Lo cierto es, que en ese apretar el gatillo no solo se hace evidente la carente preparación que un oficial tiene sino también el poco respeto por la vida (¿que acaso no es una obligación de la autoridad preservarla?); más allá de si la persona es un delincuente o no.
Y eso no solo pasa en Estados Unidos —"Tierra del Libre"— sino también en México —"Tierra del Hartazgo"—, donde somos espectadores de un sistema que hace lo quiere y cuando quiere, y deja al ciudadano —ese que vota y paga impuestos— penando por las sobras o por lo que sea la voluntad de la autoridad dar. Y no se trata de poner a la ciudadanía en calidad de mártir ni de victima porque de igual manera nosotros tenemos el poder de decisión (ese que nos lleva a formar un grupo de autodefensa, organizar un linchamiento o una manifestación), más bien, quiero hacer notar el mal uso que hacemos del concepto, muchas veces resignificándolo a la manera en que nos convenga o excusándonos en actos.
Si la gente que está al mando, que es la autoridad, suele fallar al ejecutarlo —y es la gente preparada—, ahora imaginen la gente no preparada, que hace justicia o uso del poder por su propia mano; en ocasiones, el remedio suele ser peor que la enfermedad. A veces, las personas creen que el hacer justicia es que "alguien pague por su crimen", y esa es la finalidad, es la meta; pero existe, previamente, un proceso que cuenta igual o más. Y para eso existen las leyes, para enmarcarlo, para delimitarlo. Que la autoridad lo haga mal, no es culpa de una mala ley (que las suele haber) sino más bien por la mala aplicación de ella.
Dicen que el ser humano antes de pensar, siente. Y si alguien siente que está haciendo lo correcto, no hay mente en este mundo que le pueda hacer cambiar. Un policía decide matar a un adolescente de 13 años de edad. El sintió que hacía lo correcto. Él vio en sus manos un arma real. Lo que jamás pensó es que esa arma era de juguete. Pero, por un momento, ese hombre sintió que hizo lo correcto.
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