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Cuando nos golpeamos, y sentimos un dolor tan agudo que pasamos de Valhalla a Gehena en cuestión de segundos, no reparamos en buscar ayuda; algo para mitigar el dolor. Cuando hablamos de sentimientos buscar soluciones prontas no llevará sino a incrementar el malestar. Mi madre, abuela y tíos suelen decir todos con con fervor, vehemencia y alivio que "el tiempo cura toda herida": grande, pequeña o despedida. Aquí actuar no va a la par de la intensidad del malestar, aquí actuar va a la par del pulso en la mano izquierda. Y, como la paradoja de Aquiles y la tortuga, aquí es conveniente viajar en caparazón y a ritmo cansino.

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Tu cuerpo es perfecto en mi mundo;

impúdico suspiro profundo.

Tu piel se enchina y tus labios se abren.

Testigos oculares de nuestro romance.

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12:24 y mañana es sábado.

Un perro ladra, el tren anuncia su llegada.

La noche ni bochornosa ni helada.

Las estrellas vetadas.

Las luciérnagas, mecánicas.

Y una calma fluorescente y pragmática.

No hay nada que hacer aquí.

Quizá sí. Quizá si...

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El hubiera y el ahora se encontraron sin querer.

A merced de la pared el hubiera su cabeza rebotaba con desdén.

El ahora, daba vueltas como Aristóteles o Galilei.

Y en algún lugar del mundo, alguien dejaba un mensaje en la pared.

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Qué raro, abrí la cortina para iluminar mi cuarto y me quedé mirando las ondas que forman los arboles en el desértico lienzo de lo infinito. Pensé en las formas ahí inconclusas y en las formas de vida alborotadas por el vuelo de una parvada bastante difusa. Con los pies en la tierra y mis sueños entre los pilares de la creción, mire mi reloj y eran ya cinco para las nueve. El tiempo pasa rápido midiendo su vida en decibeles.

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Rencor es lo que menos esperas ver caer del cielo; amor es lo menos que esperas al ver muros en los suelos.

Propaganda te acusa sin consuelo y en tu cerebro comienza el siniestro revoloteo.

Nadie sabe por dónde empezar pero acaban por cavar el mismo agujero.

Un día te levantas y te sientes más vivo que en tiovivo;

a la mañana siguiente te levantas y reparas que todo fulgor a desaparecido.

¿Es acaso la vida un perverso incesto sin sentido?

¿Es acaso el miedo el nuevo evangelio del desprotegido?

¿Qué sabe de la vida quien siempre ha vencido?

Y si el camino es gris y ha ya oscurecido, espera. Tan solo la luz se ha ido.

Dando vueltas en círculos nada has perdido, silogismos has encontrado en el camino.

¿Cómo llamar al amor? Eufemismos que aún no concilio.

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¿A quién pertenece la vida?

¿Cuándo el amor termina?

¿La luz llega con el día? o

¿La oscuridad propicia toda partida?

Soy yo, ¿o las respuestas son todas mías?

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He aquí el gran debate: ¿la psicología es inquisidora o solo un método científico con flamantes aureolas? ¿Existe el tiempo en la psicología o todo se limita al aquí y ahora? ¿Es el psicoanálisis la más grande de sus victorias o solo un capricho de un judío en la zozobra? ¿Es la psicología el lecho de muerte del inconsciente o la esperanza número uno de vida del paciente? Si la psicología es humanista, ¿por qué últimamente la siento tan terrorista?

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Realmente, lo que sé de amor ha sido a base de ensayo y error. Mi ignorancia es superior a todo sentimiento ulterior. Anterior o posterior, al por menor o por mayor, el amor es eso que en silencio se aprecia mejor.

Tengo poco que decir porque un hecho vale más que mil palabras y mis hechos han sido dignos de toda afasia. ¿Acaso somos todos dignos de tan altos vuelos cuando no podemos ni mirar al suelo y afrontar nuestra arrogancia?

Lo poco que sé de amor se lo debo a lo que jamás he tenido. Porque bien dicen uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Así que empecé por perder toda ilusión para algún día toparme contigo.

Y como dijo aquel fatídico amigo mío: incluso si nunca más te viera estaría por siempre agradecido.

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— ¿Qué suena más recio: el latido de mi corazón o el sonido de mis pisadas?

— Bueno, cada vez que corres tus pisadas se llevan todas las miradas pero tu corazón es escuchado por miríadas y miríadas.

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Cada vez que paso por la misma calle rumbo a casa, un gato negro se atraviesa en mi marcha. No creo en la mala suerte. Mucho menos en el destino o cosas por el estilo. Creo que ese gato me ama. O al menos, me hace feliz cada vez que pasa.

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Hablando de amor soy lento,

lo cual me parece perfecto.

"¿Dónde estuviste ayer?" preguntas,

y me parece que a la pregunta le sobra angustia.

"¿Realmente me amas?" es la siguiente pregunta,

y la noche se vuelve insulsa.

Nos miramos, y resulta,

que el amor también disgusta.