La casa estaba llena de nomenclaturas pero carente de química de vida. Las paredes sumergidas en un olor a orina flotando por encima de una cabeza gris y tímida. El corazón latía pero no había señales de vida porque la vida es más que órganos y tejidos, es ver el sol ponerse cada día, es marcar el compás del ritmo de la vida y bailar a la par. La casa se convirtió en un hospital, en recinto de enfermedad, en asilo de dolencias y esperanzas que acababan reducidas a naufragar porque por más que se quiera llegar a la orilla el cuerpo grita no puedo más. La muerte se volvió asible, en algo que se podía alcanzar. en un olor tan familiar que ocupaba un lugar en el sofa; la vida se había relegado al pasado, a un portaretrato, a una fotografía en espera de continuar su relato. Pero como toda historia tiene su final, el de esta llega en la hora más oscura, en la víspera de un nuevo sol, de un nuevo amanecer, en la víspera de un nuevo canto de los pájaros, de un nuevo día para soñar en más días. La muerte blanca ahí acostada, la vida varada, el corazón que ya no palpitaba, la mirada extraviada, fijada en ese momento que a todos ha de llegar: el momento del último aliento. Pero la vida no acaba aquí, sobrevive en el recuerdo, en aquellas fotos amarillas y que en su polvo inhalamos mejores momentos, sobrevive en la gente, en los lugares que nos vieron pasar y dejar una semilla que germina con el tiempo y que en la ausencia nos alimenta con sus frutos. La vida no se trata de un inicio y de un fin, de vivir y morir, de hacía dónde nos dirigimos, se trata de ese camino que andamos y que en su andar nos lleva a lugares inesperados, a encontrarnos, a extraviarnos, a construirnos, a destruirnos, a dejar ese legado por el cual seremos recordados.
lunes, 27 de noviembre de 2017
jueves, 16 de noviembre de 2017
La vida al final
Quizás la vida no sea nada al final,
solo polvo y cenizas
o un saco de huesos
que los gusanos y el tiempo consumirá;
pero hay quienes dicen
que vamos al más allá,
a un lugar lejos de lo terrenal
donde nuestras almas descansan en paz,
una utopía que cualquier mundano
no dudaría en aceptar,
si el cielo estuviese más alcance
y no fuese solo un ideal
de lo que esperamos
cuando la muerte nos alcance.
¿Es ese el poder del miedo,
del miedo más ancestral
o de la fe de la humanidad?
Porque al final todo lo desconocemos,
incluso cuándo nuestra vida ha de acabar.
jueves, 2 de noviembre de 2017
Día de muertos
Anteriormente había estado en contacto con la muerte. Me había tocado estar del otro lado del escenario; de quien acompaña la perdida, no de quien la vive. La diferencia ahora es que el golpe mortal se recibe directo; no hay metros ni casas de distancia de intermedio. Y lo más notorio de la muerte es el vacío que deja, un vacío que se percibe en un cuarto inhabitado, en un rastrillo abandonado, en una blusa colgada, en un par de zapatos acomodados, en anillos y demás accesorios huérfanos de manos que engalanar; un vacío que no se llenará cuando llegue de trabajar, que no se llenara cuando llegue de Moroleon tras comprar, o más tarde en la noche cuando llegue con sus amigas de pasear, es un vacío que permanece por el resto de la vida y que jamás abandona por más de que uno vaya llenando otros espacios.
Pero aquí el problema no es la muerte. La muerte es de todos. La muerte es tan natural y necesaria como la vida. Acá el problema es lo poco que se habla de ella. Sobre todo en un país vinculado con la muerte como es México. Irónico que en el país de los muertos, que celebra la muerte, que convive con ella diariamente, esta no aparezca en sus conversaciones cotidianas, no se contemple como una realidad que a todos ha de llegar, no se prevea la vida después de la muerte tanto en lo emocional como en lo material/burocrático. Porque una cosa es ver la muerte en los noticieros, en los periódicos, en cualquier red social o medio digital, imágenes que suelen ser por lo regular impactantes, shockeantes, y otra cosa es hablarla concienzudamente, aportando información vital y necesaria y no únicamente salpicada de morbo.
Simplemente me pregunto cuántas personas conversaran sobre la muerte ya sea con sus familiares, amigos o en grupo más allá de una festividad o momento en particular. Cuántas personas sabrán cuál es el deseo final de la persona allegada (¿será ser incinerada? ¿Será que sus órganos sean donados? ¿Sera que sus pertenencias tengan cierto destino o destinatario?) o cuántas personas planificaran su muerte en el sentido de contemplar gastos funerarios, testamento o seguro de vida; así mismo, cuántas personas sabrán del proceso post-muerte que tiene que ver con lo burocrático, con los tramites institucionales que no paran y siguen generando costos. Porque déjeme decirle que quien fallece descansa en paz pero el tren de la vida no se detiene.
Pero no únicamente estos temas relativos al testamento o seguros son los que se debieran tocar con anterioridad sino también lo emocional y cómo sobrellevar el golpe de la muerte, un golpe que si bien es cierto dejará una cicatriz de por vida y que preparado o no sacudirá, no es algo que no se pueda superar pero para ello se necesita más que la conciencia de que vamos a morir. Para ello se necesita hacer de la muerte algo más vivo, acercarla más a la mesa y no solo verla como una fecha en el calendario o un futuro distante que solo llega en la vejez. Advertir sobre el impacto de la muerte puede disminuir sus secuelas en gran medida.
Mija: serás recordada por tu sonrisa, por tu amabilidad, por ser incondicional, altruista, por ser gran compañera, hermana, madre, amiga mas no recordada como el producto de un método que quita toda vida. Descansa en paz, descansa en color como siempre fuiste y serás.
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