Yo no me considero una persona científica. Mucho menos cercana a la ciencia. Pero si algo he aprendido de dicho medio es que se afirma cuando se comprueba. Por ejemplo, yo no puedo afirmar que una persona es "burra" porque reprobó 5 veces un examen. Hay muchos factores que alteran ese resultado desfavorable. El contexto, el sueño, la alimentación, la falta de estudio, etcétera. Por ende, no puedo afirmar sin primero ir descartando esas variables.
Tampoco es que el evento no nos diga nada. Al contrario, algo dice. Pero uno simplemente no puede bautizar un evento porque sí, darle un nombre. Y si se pregunta si esa persona ya lo trae de nacimiento, el hecho se considera pero al igual que los otros factores se comprueba. Cada detalle, por mayúsculo o minúsculo que sea, se le considera por igual. ¿A qué quiero llegar con todo esto? A la facilidad con que afirmamos, con la que juramos que algo es. Nos enfundamos en nuestro rol de juez, ese que dicta sentencia o exonera. Recordemos que la ciencia no vive de corazonadas o presentimientos, vive de hechos, de evidencias. Pero eso, ¿a nosotros qué nos interesa? Somos personas comunes y corrientes, no personajes de laboratorio, ¿cierto?
A mi llegó el título "El mundo y sus demonios" de Carl Sagan, científico americano renombrado que, sin acabar de leerlo aún, su principal cometido es el de vulgarizar la ciencia, hacerla cada vez más parte de la vida cotidiana, acoplarla a nuestro vivir. Y pensándolo, me resulta difícil imaginar que tal propósito se logre pues, ¿cuántos de nosotros, por ejemplo, se tomaría la molestia de dejar de lado la credulidad para preguntarse qué tan cerca de la realidad está ese horóscopo del día o si las noticias de hoy son autenticas o meras manipulaciones para atraer lectores o espectadores? Muy pocos, seguramente. Porque nos resulta más fácil afirmar que comprobar. Somos una sociedad —hablando de la mexicana— que no estamos acostumbrada a pensar mas sí a obedecer. Somos más dados a seguir pasos que a dar los nuestros.
Los tiempos que vivimos en la actualidad, no nos dan siquiera tiempo de checar si al automóvil le hace falta gasolina o la mascota tiene suficiente comida, menos aún cosas que requieren más de nuestra atención, razonamiento y disposición. Pero la ciencia no es únicamente comprobar —como lo planteé al principio— sino hacer más fáctica la realidad, desvulgarizarla, despopularizarla, quitar esas ideas compartidas entre la sociedad, casi casi que heredadas, y resignificarlas con algo más acorde a los hechos y no a creencias que la abuela o la mamá tenían o siguen teniendo. Dejar de creer, por ejemplo, que pasar debajo de una escalera o abrir un paraguas en un espacio cerrado es de mala suerte. La mala suerte no existe, existe el error o la equivocación; elementos más humanos que el anteriormente nombrado.
Hay quienes piensen que la ciencia es aburrida pero no es así. La ciencia es exigente. La ciencia no permite especulaciones o "lo que me dijo un amigo". La ciencia no permite titubeos. La ciencia es como el padre en este matrimonio con la madre naturaleza. Y hasta donde recuerdo, los padres son divertidos, los padres te dejan ensuciarte, te dejan desenvolverte, te dejan interactuar más de cerca con el mundo, te enseñan bajo el método ensayo-error. Cierto: sin la madre no hubiera vida pero sin el padre no la conociéramos en su máximo esplendor. Así que démosle su merecido lugar y agradecimiento.
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