Dios es la bala que asesinó a Kennedy.
Dios es la pistola que porta el homicida.
Dios es el cuchillo que se clavó por la espalda.
Dios es el chicle que se te pegó en la suela.
Dios es el tostón que te encontraste en el suelo.
Dios es la mierda que te cae del cielo.
Dios es todo y es nada.
Dios es un tamarindo.
Quizás tanto pájaro en el suelo
me pega tanto,
porque la muerte me ha corneado,
me ha zangoloteado,
me ha dicho: estoy presente.
¿Nunca viste una herida?
Primero sangras,
después cicatrizas;
aunque el dolor intermedio
te hace trizas.
Una familia, padre e hijas,
observan la maravilla de la contaminación,
en una ciudad tan poblada como sucia,
donde la basura funge de gondolas
en una Venecia sumamente turbia,
que su fondo adornan renacuajos y verdes algas
que dan muerte a la vida y vida a las plagas.
Aquí nací:
donde no pasa nada,
donde la gente habla de nada,
donde lo repugnante es atracción,
donde reina la repetición,
donde se vive en una antigua versión de Microsoft;
un lugar que la historia omitió,
un lugar que el hombre olvidó,
un lugar que el hombre descuidó.
Aquí nadie gana,
todos pierden,
aunque algunos
más que otros,
se divierten.
Quizás por eso la muerte
se siente tan viva aquí.